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FAMILIAS BENDECIDAS EN CRISTO - Families Blessed in Chirst

Gaudium et spes

Gaudium et spes

GAUDIUM ET SPES

CONSTITUCIÓN PASTORAL SOBRE LA IGLESIA EN EL MUNDO ACTUAL

 

DOCTRINA DEL HOMBRE Y DEL MUNDO


Unión íntima de la Iglesia con la familia humana universal

 

1. Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia.

 

Destinatarios de la palabra conciliar

 

2. Por ello, el Concilio Vaticano II, tras haber profundizado en el misterio de la Iglesia, se dirige ahora no sólo a los hijos de la Iglesia católica y a cuantos invocan a Cristo, sino a todos los hombres, con el deseo de anunciar a todos cómo entiende la presencia y la acción de la Iglesia en el mundo actual.

Tiene pues, ante sí la Iglesia al mundo, esto es, la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación.

 

Al servicio del hombre

 

3. En nuestros días, el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad. El Concilio, testigo y expositor de la fe de todo el Pueblo de Dios congregado por Cristo, no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana que la de dialogar con ella acerca de todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder salvador que la Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, ha recibido de su Fundador. Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre; pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, quien será el objeto central de las explicaciones que van a seguir.

Al proclamar el Concilio la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste se oculta, ofrece al género humano la sincera colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal que responda a esa vocación. No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido.

 

SEGUNDA PARTE ALGUNOS PROBLEMAS MÁS URGENTES


Introducción

 

46. Después de haber expuesto la gran dignidad de la persona humana y la misión, tanto individual como social, a la que ha sido llamada en el mundo entero, el Concilio, a la luz del Evangelio y de la experiencia humana, llama ahora la atención de todos sobre algunos problemas actuales más urgentes que afectan profundamente al género humano.

Entre las numerosas cuestiones que preocupan a todos, haya que mencionar principalmente las que siguen: el matrimonio y la familia, la cultura humana, la vida económico-social y política, la solidaridad de la familia de los pueblos y la paz. Sobre cada una de ellas debe resplandecer la luz de los principios que brota de Cristo, para guiar a los cristianos e iluminar a todos los hombres en la búsqueda de solución a tantos y tan complejos problemas.

 

DIGNIDAD DEL MATRIMONIO Y DE LA FAMILIA

 

El matrimonio y la familia en el mundo actual

 

47. El bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar. Por eso los cristianos, junto con todos lo que tienen en gran estima a esta comunidad, se alegran sinceramente de los varios medios que permiten hoy a los hombres avanzar en el fomento de esta comunidad de amor y en el respeto a la vida y que ayudan a los esposos y padres en el cumplimiento de su excelsa misión; de ellos esperan, además, los mejores resultados y se afanan por promoverlos.

Sin embargo, la dignidad de esta institución no brilla en todas partes con el mismo esplendor, puesto que está oscurecida por la poligamia, la epidemia del divorcio, el llamado amor libre y otras deformaciones; es más, el amor matrimonial queda frecuentemente profanado por el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos contra la generación. Por otra parte, la actual situación económico, social-psicológica y civil son origen de fuertes perturbaciones para la familia. En determinadas regiones del universo, finalmente, se observan con preocupación los problemas nacidos del incremento demográfico. Todo lo cual suscita angustia en las conciencias. Y, sin embargo, un hecho muestra bien el vigor y la solidez de la institución matrimonial y familiar: las profundas transformaciones de la sociedad contemporánea, a pesar de las dificultades a que han dado origen, con muchísima frecuencia manifiestan, de varios modos, la verdadera naturaleza de tal institución.

Por tanto el Concilio, con la exposición más clara de algunos puntos capitales de la doctrina de la Iglesia, pretende iluminar y fortalecer a los cristianos y a todos los hombres que se esfuerzan por garantizar y promover la intrínseca dignidad del estado matrimonial y su valor eximio.

 

El carácter sagrado del matrimonio y de la familia

 

48. Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad humana. Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia. De esta manera, el marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6), con la unión íntima de sus personas y actividades se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad.

Cristo nuestro Señor bendijo abundantemente este amor multiforme, nacido de la fuente divina de la caridad y que está formado a semejanza de su unión con la Iglesia. Porque así como Dios antiguamente se adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además, permanece con ellos para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como El mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella. El genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y la maternidad. Por ello los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios.

Gracias precisamente a los padres, que precederán con el ejemplo y la oración en familia, los hijos y aun los demás que viven en el círculo familiar encontrarán más fácilmente el camino del sentido humano, de la salvación y de la santidad. En cuanto a los esposos, ennoblecidos por la dignidad y la función de padre y de madre, realizarán concienzudamente el deber de la educación, principalmente religiosa, que a ellos, sobre todo, compete.

Los hijos, como miembros vivos de la familia, contribuyen, a su manera, a la santificación de los padres. Pues con el agradecimiento, la piedad filial y la confianza corresponderán a los beneficios recibidos de sus padres y, como hijos, los asistirán en las dificultades de la existencia y en la soledad, aceptada con fortaleza de ánimo, será honrada por todos. La familia hará partícipes a otras familias, generosamente, de sus riquezas espirituales. Así es como la familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio, que es imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia, ya por el amor, la generosa fecundidad, la unidad y fidelidad de los esposos, ya por la cooperación amorosa de todos sus miembros.

 

Del amor conyugal

 

49. Muchas veces a los novios y a los casados les invita la palabra divina a que alimenten y fomenten el noviazgo con un casto afecto, y el matrimonio con un amor único. Muchos contemporáneos nuestros exaltan también el amor auténtico entre marido y mujer, manifestado de varias maneras según las costumbres honestas de los pueblos y las épocas. Este amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona, y, por tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de ennoblecerlas como elementos y señales específicas de la amistad conyugal. El Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad. Un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, comprobado por sentimientos y actos de ternura, e impregna toda su vida; más aún, por su misma generosa actividad crece y se perfecciona. Supera, por tanto, con mucho la inclinación puramente erótica, que, por ser cultivo del egoísmo, se desvanece rápida y lamentablemente.

Esta amor se expresa y perfecciona singularmente con la acción propia del matrimonio. Por ello los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud. Este amor, ratificado por la mutua fidelidad y, sobre todo, por el sacramento de Cristo, es indisolublemente fiel, en cuerpo y mente, en la prosperidad y en la adversidad, y, por tanto, queda excluido de él todo adulterio y divorcio. El reconocimiento obligatorio de la igual dignidad personal del hombre y de la mujer en el mutuo y pleno amor evidencia también claramente la unidad del matrimonio confirmada por el Señor. Para hacer frente con constancia a las obligaciones de esta vocación cristiana se requiere una insigne virtud; por eso los esposos, vigorizados por la gracia para la vida de santidad, cultivarán la firmeza en el amor, la magnanimidad de corazón y el espíritu de sacrificio, pidiéndolos asiduamente en la oración.

Se apreciará más hondamente el genuino amor conyugal y se formará una opinión pública sana acerca de él si los esposos cristianos sobresalen con el testimonio de su fidelidad y armonía en el mutuo amor y en el cuidado por la educación de sus hijos y si participan en la necesaria renovación cultural, psicológica y social en favor del matrimonio y de la familia. Hay que formar a los jóvenes, a tiempo y convenientemente, sobre la dignidad, función y ejercicio del amor conyugal, y esto preferentemente en el seno de la misma familia. Así, educados en el culto de la castidad, podrán pasar, a la edad conveniente, de un honesto noviazgo al matrimonio.

 

Fecundidad del matrimonio

 

50. El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres. El mismo Dios, que dijo: "No es bueno que el hombre esté solo" (Gen 2,18), y que "desde el principio... hizo al hombre varón y mujer" (Mt 19,4), queriendo comunicarle una participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: "Creced y multiplicaos" (Gen 1,28). De aquí que el cultivo auténtico del amor conyugal y toda la estructura de la vida familiar que de él deriva, sin dejar de lado los demás fines del matrimonio, tienden a capacitar a los esposos para cooperar con fortaleza de espíritu con el amor del Creador y del Salvador, quien por medio de ellos aumenta y enriquece diariamente a su propia familia.

En el deber de transmitir la vida humana y de educarla, lo cual hay que considerar como su propia misión, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y como sus intérpretes. Por eso, con responsabilidad humana y cristiana cumplirán su misión y con dócil reverencia hacia Dios se esforzarán ambos, de común acuerdo y común esfuerzo, por formarse un juicio recto, atendiendo tanto a su propio bien personal como al bien de los hijos, ya nacidos o todavía por venir, discerniendo las circunstancias de los tiempos y del estado de vida tanto materiales como espirituales, y, finalmente, teniendo en cuanta el bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia. Este juicio, en último término, deben formarlo ante Dios los esposos personalmente. En su modo de obrar, los esposos cristianos sean conscientes de que no pueden proceder a su antojo, sino que siempre deben regirse por la conciencia, lo cual ha de ajustarse a la ley divina misma, dóciles al Magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente esta ley a la luz del Evangelio. Dicha ley divina muestra el pleno sentido del amor conyugal, lo protege e impulsa a la perfección genuinamente humana del mismo. Así, los esposos cristianos, confiados en la divina Providencia cultivando el espíritu de sacrificio, glorifican al Creador y tienden a la perfección en Cristo cuando con generosa, humana y cristiana responsabilidad cumplen su misión procreadora. Entre los cónyuges que cumplen de este modo la misión que Dios les ha confiado, son dignos de mención muy especial los que de común acuerdo, bien ponderado, aceptan con magnanimidad una prole más numerosa para educarla dignamente.

Pero el matrimonio no ha sido instituido solamente para la procreación, sino que la propia naturaleza del vínculo indisoluble entre las personas y el bien de la prole requieren que también el amor mutuo de los esposos mismos se manifieste, progrese y vaya madurando ordenadamente. Por eso, aunque la descendencia, tan deseada muchas veces, falte, sigue en pie el matrimonio como intimidad y comunión total de la vida y conserva su valor e indisolubilidad.

 

El amor conyugal debe compaginarse con el respeto a la vida humana

 

51. El Concilio sabe que los esposos, al ordenar armoniosamente su vida conyugal, con frecuencia se encuentran impedidos por algunas circunstancias actuales de la vida, y pueden hallarse en situaciones en las que el número de hijos, al manos por ciento tiempo, no puede aumentarse, y el cultivo del amor fiel y la plena intimidad de vida tienen sus dificultades para mantenerse. Cuando la intimidad conyugal se interrumpe, puede no raras veces correr riesgos la fidelidad y quedar comprometido el bien de la prole, porque entonces la educación de los hijos y la fortaleza necesaria para aceptar los que vengan quedan en peligro.

Hay quienes se atreven a dar soluciones inmorales a estos problemas; más aún, ni siquiera retroceden ante el homicidio; la Iglesia, sin embargo, recuerda que no puede hacer contradicción verdadera entre las leyes divinas de la transmisión obligatoria de la vida y del fomento del genuino amor conyugal.

Pues Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo de modo digno del hombre. Por tanto, la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables. La índole sexual del hombre y la facultad generativa humana superan admirablemente lo que de esto existe en los grados inferiores de vida; por tanto, los mismos actos propios de la vida conyugal, ordenados según la genuina dignidad humana, deben ser respetados con gran reverencia. Cuando se trata, pues, de conjugar el amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe determinarse con criterios objetivos tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, criterios que mantienen íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero; esto es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la castidad conyugal. No es lícito a los hijos de la Iglesia, fundados en estos principios, ir por caminos que el Magisterio, al explicar la ley divina reprueba sobre la regulación de la natalidad.

Tengan todos entendido que la vida de los hombres y la misión de transmitirla no se limita a este mundo, ni puede ser conmensurada y entendida a este solo nivel, sino que siempre mira el destino eterno de los hombres.

 

El progreso del matrimonio y de la familia, obra de todos

 

52. La familia es escuela del más rico humanismo. Para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión se requieren un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos. La activa presencia del padre contribuye sobremanera a la formación de los hijos; pero también debe asegurarse el cuidado de la madre en el hogar, que necesitan principalmente los niños menores, sin dejar por eso a un lado la legítima promoción social de la mujer. La educación de los hijos ha de ser tal, que al llegar a la edad adulta puedan, con pleno sentido de la responsabilidad, seguir la vocación, aun la sagrada, y escoger estado de vida; y si éste es el matrimonio, puedan fundar una familia propia en condiciones morales, sociales y económicas adecuadas. Es propio de los padres o de los tutores guiar a los jóvenes con prudentes consejos, que ellos deben oír con gusto, al tratar de fundar una familia, evitando, sin embargo, toda coacción directa o indirecta que les lleve a casarse o a elegir determinada persona.

Así, la familia, en la que distintas generaciones coinciden y se ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y a armonizar los derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social, constituye el fundamente de la sociedad. Por ello todos los que influyen en las comunidades y grupos sociales deben contribuir eficazmente al progreso del matrimonio y de la familia. El poder civil ha de considerar obligación suya sagrada reconocer la verdadera naturaleza del matrimonio y de la familia, protegerla y ayudarla, asegurar la moralidad pública y favorecer la prosperidad doméstica. Hay que salvaguardar el derecho de los padres a procrear y a educar en el seno de la familia a sus hijos. Se debe proteger con legislación adecuada y diversas instituciones y ayudar de forma suficiente a aquellos que desgraciadamente carecen del bien de una familia propia.

Los cristianos, rescatando el tiempo presente y distinguiendo lo eterno de lo pasajero, promuevan con diligencia los bienes del matrimonio y de la familia así con el testimonio de la propia vida como con la acción concorde con los hombres de buena voluntad, y de esta forma, suprimidas las dificultades, satisfarán las necesidades de la familia y las ventajas adecuadas a los nuevos tiempos. Para obtener este fin ayudarán mucho el sentido cristiano de los fieles, la recta conciencia moral de los hombres y la sabiduría y competencia de las personas versadas en las ciencias sagradas.

Los científicos, principalmente los biólogos, los médicos, los sociólogos y los psicólogos, pueden contribuir mucho al bien del matrimonio y de la familia y a la paz de las conciencias si se esfuerzan por aclarar más a fondo, con estudios convergentes, las diversas circunstancias favorables a la honesta ordenación de la procreación humana.

Pertenece a los sacerdotes, debidamente preparados en el tema de la familia, fomentar la vocación de los esposos en la vida conyugal y familiar con distintos medios pastorales, con la predicación de la palabra de Dios, con el culto litúrgico y otras ayudas espirituales; fortalecerlos humana y pacientemente en las dificultades y confortarlos en la caridad para que formen familias realmente espléndidas.

Las diversas obras, especialmente las asociaciones familiares, pondrán todo el empeño posible en instruir a los jóvenes y a los cónyuges mismos, principalmente a los recién casados, en la doctrina y en la acción y en formarlos para la vida familiar, social y apostólica.

Los propios cónyuges, finalmente, hechos a imagen de Dios vivo y constituidos en el verdadero orden de personas, vivan unidos, con el mismo cariño, modo de pensar idéntico y mutua santidad, para que, habiendo seguido a Cristo, principio de vida, en los gozos y sacrificios de su vocación por medio de su fiel amor, sean testigos de aquel misterio de amor que el Señor con su muerte y resurrección reveló al mundo.

 

Edificación del mundo y orientación de éste a Dios

 

93. Los cristianos recordando la palabra del Señor: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en el amor mutuo que os tengáis (Io 13,35), no pueden tener otro anhelo mayor que el de servir con creciente generosidad y con suma eficacia a los hombres de hoy. Por consiguiente, con la fiel adhesión al Evangelio y con el uso de las energías propias de éste, unidos a todos los que aman y practican la justicia, han tomado sobre sí una tarea ingente que han de cumplir en la tierra, y de la cual deberán responder ante Aquel que juzgará a todos en el último día. No todos los que dicen: "¡Señor, Señor!", entrarán en el reino de los cielos, sino aquellos que hacen la voluntad del Padre y ponen manos a la obra. Quiere el Padre que reconozcamos y amemos efectivamente a Cristo, nuestro hermano, en todos los hombres, con la palabra y con las obras, dando así testimonio de la Verdad, y que comuniquemos con los demás el misterio del amor del Padre celestial. Por esta vía, en todo el mundo los hombres se sentirán despertados a una viva esperanza, que es don del Espíritu Santo, para que, por fin, llegada la hora, sean recibidos en la paz y en la suma bienaventuranza en la patria que brillará con la gloria del Señor.

"Al que es poderoso para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos o pensamos, en virtud del poder que actúa en nosotros, a El sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, en todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén." (Eph 3,20-21).

Todas y cada una de las cosas que en esta Constitución pastoral se incluyen han obtenido el beneplácito de los Padres del sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la autoridad apostólica a Nos confiada por Cristo, todo ello, juntamente con los venerables Padres, lo aprobamos en el Espíritu Santo, decretamos y establecemos, y ordenamos que se promulgue, para gloria de Dios, todo los aprobado conciliarmente.

 

Roma, junto a  San Pedro, 7 de diciembre de 1965.

     

       Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia católica

 

 

 

 

 

 

 

Programación: RADIO MARIA

Programación: RADIO MARIA

                           RADIO MARIA - FRECUENCIA 580 A.M.

                                 "Una voz catolica en tu casa"

                                                         LA COMUNION FAMILIAR

                                                   Familiaris Consortio - Programación 

                                                La misión de la familia cristiana en el mundo

N/O

Domingo

Tema

Invitados

Zona

01

03-01-10

INTRODUCCION

La Iglesia al servicio de la Familia

Jorge Luis Siesquen Flores

Jorge y Esperanza Neira

 

03

02

10-01-10

El Sínodo de 1980

Continuación de los Sínodos anteriores

 Jorge Luis Siesquen Flores

Fernando y Mary Cervera

ADL 

03

17-10-10

 

El bien precioso del Matrimonio

y de la Familia

 

 

 

04

 

24-01-10

Primera Parte

LUCES Y SOMBRAS DE LA FAMILIA

Necesidad de conocer la situación

 

 

05

 

31-01-10

El discernimiento Evangélico

 

 

06

07-02-10

Situación de la Familia          

en el mundo de hoy

 

 

07

14-02-10

Influjo de la situación

en la conciencia de los fieles

 

 

08

21-02-10

Nuestra época tiene

necesidad de sabiduría

 

 

09

28-02-10

Gradualidad y Conversión

 

 

 

10

07-03-10

La Enculturación

 

 

 

 

11

14-03-10

Segunda Parte

EL DESIGNO DE DIOS SOBRE EL HOMBRE Y LA FAMILIA

El hombre, Imagen de Dios Amor

 

 

12

21-03-10

Matrimonio y Comunión

entre Dios y los hombres

 

 

13

 

28-03-10

Jesucristo, Esposo de la Iglesia

y el Sacramento del Matrimonio

 

 

14

 

04-04-10

Los hijos Don preciosísimo

del Matrimonio

 

 

15

 

11-04-10

La Familia comunión de personas

 

 

16

 

18-04-10

 

Matrimonio y Virginidad

 

 

 

17

 

25-04-10

 

Tercera Parte

MISION DE LA FAMILIA CRISTIANA

Familia, se lo que eres

 

 

 

18

 

 

02-05-10

I Formación de una comunidad de personas

El amor, principio y fuerza de la comunión

 

 

19

 

 

09-05-10

Unidad indivisible de la comunión

Conyugal

 

 

N/O

Domingo

Tema

Invitados

Zona

20

 

16-05-10

 

Una comunión indisoluble

 

 

 

21

23-05-10

La mas amplia comunión de la Familia

 

 

 

22

 

30-05-10

Derechos y Obligaciones de la mujer

 

 

 

23

06-06-10

Mujer y Sociedad

 

 

 

24

13-06-10

Ofensa a la dignidad de la mujer

 

 

 

25

27-06-10

El hombre esposo y padre

 

 

 

26

04-07-10

Derechos del niño

 

 

 

27

 

11-07-10

Los ancianos en la familia

 

 

28

18-07-10

 

II SERVICIO A LA VIDA

1. La transmisión de la vida

Cooperadores del amor de Dios Creador

 

 

29

25-07-10

 

La doctrina y la norma siempre antigua y

Siempre nueva de la Iglesia

 

 

30

01-08-10

 

La Iglesia a favor de la vida

 

 

31

08-08-10

 

Para que el Plan Divino sea realizado

cada vez plenamente

 

 

32

15-08-10

 

En la visión integral del hombre

y de su vocación

 

 

33

22-08-10

 

La Iglesia Maestra y Madre

Para los esposos en dificultad

 

 

34

29-08-10

 

Itinerario moral de los esposos

 

 

35

05-09-10

 

Suscitar convicciones y ofrecer

ayudas concretas

 

 

36

12-09-10

 

2. La Educación

El Derecho-Deber educativo de los padres

 

 

37

19-09-10

 

Educar en los Valores esenciales

de la vida humana

 

 

38

26-09-10

 

Misión educativa y

Sacramento del Matrimonio

 

 

39

03-10-10

 

La primera experiencia de Iglesia

 

 

40

10-10-10

 

Relaciones con las demás

fuerzas educativas

 

 

N/O

Domingo

Tema

Invitados

Zona

41

17-10-10

 

Un servicio múltiple a la vida

 

 

 

42

 

24-10-10

III PARTICIPACION EN EL DESARROLLO DE

LA SOCIEDAD

La Familia, célula primera y vital

de la Sociedad

 

 

43

31-10-10

La vida familiar como experiencia

de Comunión y Participación

 

 

44

07-11-10

Función Social y Política

 

 

 

45

 

14-11-10

La Sociedad al servicio de la Familia

 

 

46

 

21-11-10

Carta de los Derechos de la Familia

 

 

47

 

 

28-11-10

Gracia y Responsabilidad

de la Familia Cristiana

 

 

48

 

05-12-10

 

Hacia un nuevo Orden Internacional

 

 

49

 

12-12-10

 

IV PARTICIPACION EN LA VIDA Y MISION

DE LA IGLESIA

La Familia en el Misterio de la Iglesia

 

 

50

 

19-12-10

 

Un cometido Eclesial propio y original

 

 

51

26-12-10

 

I LA FAMILIA CRISTIANA, COMUNIDAD

CREYENTE Y EVANGELIZADORA

La Fe, Descubrimiento y Admiración del Plan de Dios sobre la Familia

 

 

52

02-01-11

 

El Misterio de Evangelización de la

Familia Cristiana

 

 

53

09-01-11

 

Un Servicio Eclesial

 

 

54

16-01-11

 

Predicar el Evangelio a toda cultura

 

 

55

23-01-11

 

II LA FAMILIA CRISTIANA, COMUNIDAD EN

DIALOGO CON DIOS

El Santuario Domestico de la Iglesia

 

 

56

 

30-01-11

El Matrimonio, Sacramento de mutua

Santificación y Acto de culto

 

 

57

06-02-11

 

Matrimonio y Eucaristía

 

 

58

 

13-02-11

El Sacramento de la Conversión y

Reconciliación

 

 

N/O

Domingo

Tema

Invitados

Zona

59

 

20-02-11

La Plegaria Familiar

 

 

60

 

27-02-11

Maestros de la Oración

 

 

61

 

06-03-11

Plegaria Litúrgica y Privada

 

 

62

13-03-11

Plegaria y Vida

 

 

 

63

 

20-03-11

III LA FAMILIA CRISTIANA, COMUNIDAD

DE SERVICIO DEL HOMBRE

El Nuevo Mandamiento del Amor

 

 

64

 

27-03-11

Descubrir en cada hermano

la imagen de Dios

 

 

65

 

03-04-11

Cuarta Parte

PASTORAL FAMILIAR: TIEMPOS,

ESTRUCTRURAS, AGENTES Y

SITUACIONES

1. Tiempos de la Pastoral Familiar

La Iglesia acompaña a la Familia

Cristiana en camino

 

 

66

 

10-04-11

Preparación

 

 

67

 

17-04-11

Celebración

 

 

68

 

24-04-11

Celebración del Matrimonio y

Evangelización de los Bautizados no

Creyentes

 

 

69

 

01-05-11

Pastoral Postmatrimonial

 

 

70

08-05-11

2. Estructuras de la Pastoral Familiar

La Comunidad Eclesial y la Parroquia en

Particular

 

 

 

71

 

15-05-11

La Familia

 

 

72

 

22-05-11

Asociaciones de Familias

para las Familias

 

 

73

 

29-05-11

3. Agentes de la Pastoral Familiar

Obispos y Prebiteros

 

 

74

 

05-06-11

Religiosos y Religiosas

 

 

75

 

12-06-11

Los Laicos Especializados

 

 

N/O

Domingo

Tema

Invitados

Zona

76

19-06-11

Destinatarios y Agentes de la Comunicación

 

 

77

26-06-11

4. La Pastoral Familiar en los casos difíciles

Circunstancias Particulares

 

 

78

 

03-07-11

Los Matrimonios Mixtos

 

 

79

 

10-07-11

Acción Pastoral frente a algunas

situaciones irregulares

 

 

 

80

 

17-07-11

Matrimonios a prueba

 

 

81

 

24-07-11

Uniones Libres de hecho

 

 

82

31-07-11

Católicos Unidos

con un mero Matrimonio Civil

 

 

83

 

07-08-11

Separados y Divorciados no

Casados de Nuevo.

 

 

84

 

14-08-11

Divorciados Casados de nuevo

 

 

85

 

21-08-11

Los Privados de Familia

 

 

86

 

28-08-11

Conclusión

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

FELIZ ANIVERSARIO

FELIZ ANIVERSARIO

DIOCESIS DE LIMA

M.P.A.E.

 

Al cumplir nuestra Comunidad 30 años Evangelizando Matrimonios y Familias.  La Diócesis de Lima a través del Programa: “FAMILIAS BENDECIDAS EN CRISTO” que se transmite por RADIO MARIA PERU, frecuencia 580 AM, realizara a partir del domingo 03 de enero del 2010, la “difusión y estudio” de la Exhortación Apostólica de: JUAN PABLO II. "FAMILIARIS CONSORTIO"

Los invitamos queridos hermanos a sintonizar RADIO MARIA, en el horario de: 07.00 p.m. a 08.00 p.m. todos los domingos, y si desean participar en el programa lo único que tienen que hacer es llamar al teléfono de cabina: 7001616.

 

No dejes pasar esta maravillosa oportunidad que nos brinda RADIO MARIA y haznos conocer las actividades que tu Diócesis y/o Sub Diócesis ha programado para el año 2010 y así poder difundirlas.

Somos una Comunidad que Dios nos ha regalado y para engrandecerla cada día necesita de tu esfuerzo y de tu participación.

¡FELIZ 30 ANIVERSARIO!

 

Trabajando por la Familia ya hemos

Recorrido 30 años evangelizando.

En este caminar por Gracia de Dios lo

Iniciamos en 1980, llevando

Nuestro carisma a casi todo el PERU y

También fuera del PAIS. Tenemos

Ahora presencia en DALLAS – USA.

 

Al cumplir 25 años de la mano de JESUS y MARIA.

Nuevos proyectos nos inquietaron, los

Iniciamos con la creación de la DIOCESIS de LIMA, que ya

Viene trabajando 03 años y uno de sus frutos es la

Escuela de Evangelización JUAN PABLO II, formadora en la Doctrina

Recibida de Nuestra Iglesia Católica. Somos un Movimiento de Apostolado Laical y tenemos definido un

Autentico camino de Santidad, por el Rosario nos identificamos MARIANOS.

Iniciamos la semana celebrando todos los martes la Santa Misa, somos EUCARISTICOS. Nuestro más grande

Objetivo en este año 2010 es ser MISIONEROS. En nuestra realidad de

 

Comunidad vivimos el Matrimonio Sacramentalmente.

Con nuestro TESTIMONIO llevamos el mensaje por el mundo y a todos los

Bautizados. Somos Matrimonios Católicos que aman y

defienden la VIDA. Nuestra ruta es 

Caminar hacia la SANTIFICACION APOSTOLICA. AYER fuimos EVANGELIZADOS. HOY somos EVANGELIZADORES.                

Feceva

 

Cuarto Mandamiento - Segunda Parte

Cuarto Mandamiento - Segunda Parte

TEMA / ESQUEMA –10-09

 

Fecha: Domingo: 17 de Mayo del 2009

Horario: De 07.00 p.m.  A 07.50 p.m.

 

Primer Bloque (12 minutos)

 

(Fernando) Bienvenidos queridos hermanos a su programa: (todos) FAMILIAS BENDECIDAS EN CRISTO, les saludan Fernando y  Mary.

Hoy continuamos con nuestra conquista hacia: “El Camino a la Felicidad Eterna”. Esta noche nos acompañan nuestros hermanos: Juan y Lily Cantoni con quienes compartiremos el Cuarto Mandamiento: Honraras a tu Padre y a tu Madre”. Segunda Parte

(Fernando) Bienvenido al Programa Juan   

(Mary) Bienvenida al programa Lily

 

Lily

Mc 7, 8-13 (leer de la Biblia)

 

Juan

Comentario breve

En este pasaje que acabamos de escuchar, Jesús declara el verdadero alcance del cuarto Mandamiento del decálogo frente a las explicaciones erróneas de escribas y fariseos. El mismo Dios, por boca de Moisés, había dicho: “Honra a tu padre y a tu madre, y quien maldiga al padre o a la madre, será reo de muerte”                                              

Es tan grato de Dios el cumplimiento de este mandamiento que lo adorno de incontables promesas de bendición: “El que honra a su padre expía sus pecados; y cuando rece será escuchado. Y como el que atesora es el que honra a su madre. El que respeta a su padre tendrá larga vida”. Eclo 3, 4-5.7. Esta promesa de una larga vida a quien ame y honre a sus padres se repite una y otra vez. “Honra a tu padre y a tu madre; así prolongaras la vida en la tierra que el Señor, tu Dios te va a dar” 

Ex 20, 12. 

 

Fernando

El cuarto mandamiento de Dios nos ordena también honrar a todos los que, para nuestro bien, han recibido de Dios una autoridad en la sociedad.

 

Juan

¿Cuáles son los medios para ejercer la autoridad educadora?

Respuesta

Es importante que para ejercer nuestra autoridad educadora tengamos en cuenta los siguientes medios:

1- El ejemplo, 2- El dialogo, 3- El estimulo, 4- Insinuar y aconsejar, 5- La corrección, 6- Marcar ideales de vida, 7-  Respeto, 8. Desinterés y 9- Humildad.

 

¿Háblanos de los tres primeros?

Respuesta

1. El ejemplo: antes que nada, padres que muestren cómo se debe ser….

 

2. El estímulo: en todos los órdenes de la vida el ser humano necesita del estímulo, del reconocimiento de la buena acción….

 

3. El estímulo: en todos los órdenes de la vida el ser humano necesita del estímulo, del reconocimiento de la buena acción….

Lily

¿Qué nos puedes decir de los tres siguientes?

Respuesta

4. Insinuar y aconsejar: No todo lo deben decidir los padres….

 

5. La corrección: Algunas veces es necesario corregir, porque existe en el hombre la tendencia al error, al pecado….

 

6. Marcar ideales de vida: al hijo hay que ayudarlo a mirar alto….

 

Pausa: 07.12 p.m. (Primera)

 

Segundo Bloque (12 minutos) Mary

 

Continuamos con nuestro programa: (Todos) FAMILIAS BENDECIDAS EN CRISTO, Trasmitimos desde las ondas de Radio Maria Perú: Un regalo de Dios para su pueblo.

 

Juan

Nos hablaste de nueve medios para ejercer nuestra autoridad educadora. En el primer bloque hemos tratado los seis primeros:

¿Cuáles son los tres últimos?

Respuesta

7. Respeto: los hijos no son propiedad de los padres, sino de Dios….

 

8. Desinterés: ¿Qué amor debe ser más desinteresado que el de los padres por sus hijos?...

 

9. Humildad: un servicio tan grande, como es el de los padres a los hijos, exige una gran cuota de humildad….

¡Padres, no olvidéis nunca que vuestra autoridad viene de Dios!

 

Lily

¿Qué significa ser Madre?

Respuesta

Ser madre no es sólo cocinar, lavar, planchar... sino dar cariño, amor, ternura….

 

Juan

¿Qué significa ser Padre?

Respuesta

Ser padre no es sólo trabajar y llevar dinero a casa….

Ser padre es tener una relación de amistad con el hijo….

 

Los padres debemos sentir que Dios nos ha encomendado la bendición terrena y eterna de nuestros hijos, ¡Qué gran responsabilidad!

 

Pausa: 07.24 p.m. (Segunda)

Tercer Bloque (12 minutos) Fernando

 

Continuamos con nuestro programa: (Todos) FAMILIAS BENDECIDAS EN CRISTO. Trasmitimos desde las ondas de Radio Maria Perú: Una señal de amor en  tu hogar. Esperamos sus llamadas al teléfono de cabina: 7001616 y participa con nosotros contestando a la siguiente pregunta:

¿Qué cualidades crees que debería tener la autoridad de tu padre y de tu madre?

 

Lily

¿Qué implica honrar a nuestros Padres?

Respuesta

Mediante el amor, el respeto, la obediencia y la ayuda en sus necesidades, nosotros cumplimos el cuarto mandamiento de la Ley de Dios. Y esto implica: ….

 

Juan

¿Qué significa vivir a fondo este cuarto mandamiento que nos recuerda: “Honra a nuestros padres?

Respuesta

¡Gratitud para con nuestros papás! Ser agradecidos con ellos. Es una buena manera de demostrar agradecimiento a nuestros padres es aprovechando verdaderamente los esfuerzos que ellos hacen por nosotros….

 

Lily

¿Tienes una anécdota para compartir?

Respuesta

Una vez un joven muchacho, que estaba a punto de graduarse, contemplaba todos los días el hermoso auto deportivo en una tienda de autos. Sabiendo que su padre podía comprárselo, le dijo que ese auto era todo lo que quería….

 

Juan

El domingo 10 de Mayo celebramos el Día de la Madre.

¿Que consejo les darías a nuestros oyentes?

Respuesta

Permítanme decirles unas palabras: Si a alguien no debemos nunca entristecer es a nuestra madre, a tu madre.…

A una madre se la ama, se la aprecia, se la obedece, se la alegra siempre.

¡Cuánto le debemos a nuestra madre!

¡Valora a tu madre! No sacrifiques nada al amor por tu madre. Aunque alguna vez seas cruel con tu madre, ella te contestará con aquello que cuenta una antigua leyenda bretona.

Se dice que un joven se enamoró rápidamente de una mujer caprichosa despiadada, la cual exigió al amante, como prueba de un amor rendido, nada menos que el corazón de su propia madre.

El joven mató a la madre y le arrancó el corazón. Yendo de camino con el corazón de su madre en la mano tropezó con una piedra y cayó. El corazón rodó por el suelo. Al agacharse para cogerlo, el hijo oyó una pregunta solícita que provenía de aquel corazón chorreando sangre:

- Hijo, ¿te has hecho daño?

Así es el amor de una madre. Ámala. Es capaz de todo por nosotros, incluso está dispuesta a morir.

 

Pausa: 07.36 p.m. (Tercera)

 

Cuarto Bloque (12 minutos) Fernando

 

Continuamos con nuestro programa: (Todos) FAMILIAS BENDECIDAS EN CRISTO, Trasmitimos desde las ondas de Radio Maria Perú: Mas que una Radio una bendición.

 

Juan

Un saludo a todas las Madres del Perú.

Respuesta

«Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados. Una mujer que, siendo joven, tiene la reflexión de una anciana y, en la vejez, trabaja con el vigor de la juventud. Una mujer que, si es ignorante, descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio y, si es instruida, se acomoda a la simplicidad de los niños. Una mujer que, mientras vive, no la sabemos estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero, después de muerta, daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por recibir de ella un solo abrazo. De esa mujer no me exijáis el nombre. Es la madre».

 

Lily

Tienes algo más que compartir con nuestros oyentes:

Respuesta

Padres, el deber del cuarto mandamiento es respetar el estado de vida que sus hijos elijan. No les impidan elegir una carrera, la que ellos quieran, siempre y cuando sea digna: abogado, médico, electricista, ingeniero, sacerdote, misionero, consagrada a Dios. Padres, estimad el alma de vuestros hijos. Padres, cuidad de vuestros hijos.

Padres, amen a sus hijos. Preocúpense más por el alma, que por el cuerpo.

 

Conclusión

Aprovecho esta oportunidad para dirigirme a los padres, pues este cuarto mandamiento también es para ustedes, como lo hemos explicado anteriormente.

Estimen a sus hijos, faciliten a sus hijos el cumplimiento de este cuarto mandamiento de la Ley de Dios, como lo hizo María y José con su hijo Jesús.

Queridos Padres, Dios es quien les pedirá cuenta de sus hijos algún día: si los han amado, educado, formado, dado buen ejemplo... o les han dado todo, mimado demasiado...

¡Jamás olviden que, nuestros hijos, además de cuerpo tienen alma! Y Dios nos ha confiado también el alma de nuestros hijos. Y de nosotros depende de que esa alma  llegue a Dios. Denle siempre a sus hijos buenos consejos.

 

Fin: 07.50 p.m.

 

Fernando

Ahora quisiera tener a mi padre conmigo, y darle las gracias por haber nacido, por haber sido, por haber triunfado, y por haber fracasado. Si acaso tuviera a mi padre a mi lado, podría agradecerle su preocupación por mí, podría agradecerle sus tiernas caricias, que no por escasas, las sentí sinceras. Si acaso tuviera a mi padre conmigo, le daría las gracias por estar aquí, le agradecería mis grandes tristezas, sus sabios regaños, sus muchos consejos, y los grandes valores que sembró en mí. Si acaso mi padre estuviera conmigo, podríamos charlar como antaño, de cuando me hablaba de aquello del árbol, que debe ser fuerte y saber resistir, prodigar sus frutos, ofrecer su sombra, cubrir sus heridas, forjar sus firmezas ... y siempre seguir. Seguir luchando, seguir perdonando, seguir olvidando, y siempre ... seguir. Si acaso tuviera a mi padre a mi lado, le daría las gracias ... porque de él nací”.

 

Bueno, llego el momento de despedirnos.  Es oportuno alabar y bendecir el nombre del Señor mediante esta oración que la hemos extraído del  Salmo 103.  El salmo de la ternura de Dios.

Digámosle a nuestro Señor, El Buen Pastor desde lo más profundo de nuestro corazón:

 

Oración – Salmo 103

 

(Fernando)

Bendice al Señor, alma mía, del fondo de mi ser, su santo nombre, bendice al Señor, alma mía, no olvides sus muchos beneficios. El, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura, satura de bienes tu existencia, mientras tu juventud se renueva como el águila.

        

(Mary)

El Señor, el que hace obras de justicia, y otorga el derecho a todos los oprimidos, manifestó sus caminos a Moisés, a los hijos de Israel sus hazañas. Clemente y compasivo es el Señor, tardo a la cólera y lleno de amor; no se querella eternamente          ni para siempre guarda su rencor; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas.

        

(Juan)

Como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor para quienes le temen; tan lejos como está el oriente del ocaso aleja él de nosotros nuestras rebeldías. Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es el Señor para quienes le temen;

 

(Lily)

Que él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo. ¡El hombre! Como la hierba son sus días, como la flor del campo, así florece; pasa por él un soplo, y ya no existe, ni el lugar donde estuvo vuelve a conocerle. Mas el amor de el Señor desde siempre hasta siempre para los que le temen, y su justicia para los hijos de sus hijos, para aquellos que guardan su alianza, y se acuerdan de cumplir sus mandatos.

 

Todos)

El Señor en los cielos asentó su trono, y su soberanía en todo señorea. Bendecid al Señor, ángeles suyos, héroes potentes, ejecutores de sus órdenes, en cuanto oís la voz de su palabra. Bendecid al Señor, todas sus huestes, servidores suyos, ejecutores de su voluntad. Bendecid a el Señor, todas sus obras, en todos los lugares de su imperio. ¡Bendice a al Señor, alma mía!

(Fernando) Gracias Juan por su participación. (Mary) Gracias Lily por haber estado con nosotros.

Queridas Familias: Si necesitaran copia del Tema, si quisieran hacernos cualquier consulta o darnos alguna sugerencia por favor llámennos al Teléfono: 275-0252 de Lunes a Viernes (Horario de Oficina de: 09.30 a.m. a 06.30 p.m.) o escribanos a nuestro correo: familiasbendecidasencristo@hotmail.com; para nosotros será un placer los atenderemos.

No se pierdan nuestro próximo programa el domingo: 31 de Mayo del 2009 de 07.00 p.m. a 08.00 p.m. en el cual estaremos tratando: El Quinto Mandamiento: “No Mataras” – Primera Parte.



 

El Pecador y el Pecado

El Pecador y el Pecado

PECADOR - PECADO

SUMARIO:

I. Desaparición del sentido del pecado:
1 Síntoma causas, valoración:
2. Reflexiones psico-sociológicas:

a) Análisis del término "culpabilidad"
b) Los tres planos de la culpa

II. El pecado en la reflexión bíblica:
1. El pecado de los orígenes
2. El pecado en la historia de Israel
3. La enseñanza de los profetas
4. La enseñanza del NT

III. El pecado en la reflexión teológica:
1. El pecado como violación de la ley de Dios
2. El pecado como ofensa a Dios
3. La dimensión social del pecado
4. El pecado como alejamiento de Dios y conversión a las criaturas

IV. Sentido de culpa y pecado:

1. El sentimiento de culpabilidad
2. Confrontación del análisis de la culpabilidad con la experiencia humana y cristiana del pecado

V. El pecado en el plano moral:
1. Moral y libertad
2. Opción fundamental y elección objetivo

VI. La dimensión espiritual, el diálogo en el amor:
1. El pecado como fracaso de la libertad humana
2. La dimensión de la esperanza

VII. Conclusiones:
1. El redescubrimiento de la dimensión interpersonal del pecado
2. Superación de una visión fatalista del pecado
3. Superación de una visión legalista para una correcta interpretación del valor de la norma
4. El pecado en la dimensión de la esperanza.

I. Desaparición del sentido del pecado

"Quizá el mayor pecado del mundo de hoy consista en el hecho de que los hombres han empezado a perder el sentido del pecado" 1. Esta constatación parece que es hoy más evidente y preocupante. Podría parecer que en nuestros días el problema del pecado está totalmente superado. o bien que se plantea en términos radicalmente distintos a los empleados por la reflexión teológica tradicional. El Sínodo episcopal suizo proponía la siguiente observación en el proyecto de la comisión: "También el hombre de hoy tiene noción de una conciencia de la culpa y quisiera verse libre de esta culpa. Sin duda, esta conciencia de la culpa ha sufrido un cambio en muchos. Así, por ejemplo, las faltas que afectan al ámbito privado son menos sentidas que las transgresiones que tienen una influencia en el ámbito social público. El pensamiento de que con el pecado se ofende a Dios es relegado a segundo plano frente a la consideración de que con él se comete una injusticia con el prójimo y la sociedad.

La apelación a la responsabilidad personal y la conciencia de las relaciones humanas y sociales importan más que la referencia a los mandamientos y leyes. Además, para superar la culpa han de tenerse presentes las diversas implicaciones de naturaleza psicológica".

La reflexión teológica acerca del problema del pecado y de la culpabilidad (y consecuentemente también de la penitencia) parece, por otra parte, también muy discutida por las conquistas de las ciencias humanas. En un momento histórico como el presente, marcado por la secularización, en el cual Dios parece estar ausente de nuestro mundo y de nuestra cultura y relegado fuera del horizonte de nuestra vida cotidiana; frente al desarrollo de las ciencias humanas, que nos proporcionan medios cada vez más cualificados para ¡nterpretar la realidad y para dar razón del comportamiento humano replanteando radicalmente los criterios y las normas que parecían claras conquistas de la ética cristiana tradicional, se puede preguntar qué espacio queda todavía para una reflexión de tipo teológico, moral y espiritual. Podría parecer que estos pensamientos en su conjunto no son más que una autojustificación narcisista de un grupo religioso, pensamientos cuya validez y vitalidad pone en tela de juicio la rigurosa seriedad del procedimiento científico.

De ahí podría derivarse una actitud de claudicación, que reduce la presencia de Dios a una pura y simple presencia en el mundo de los hombres y que considera la realidad humana en cuanto tal signo de lo divino y, en consecuencia, como normativa para el comportamiento del hombre. Pero ningún encuentro, ni siquiera el encuentro con Dios, puede prescindir de palabras y de signos: de un lenguaje que lo exprese. La crisis del lenguaje de la fe nos sitúa bruscamente ante la imperfección y lo provisional del lenguaje en sí. Las formulaciones dogmáticas, las sistematizaciones teológicas, los mismos gestos sacramentales y el comportamiento del cristiano dejan traslucir su inadecuación frente a un misterio inagotable.

Es en este plano donde debe volver a situarse y donde debe volver a encontrar su significado la reflexión teológica; es indispensable que los cristianos se atrevan a dar desde ahora una formulación refleja de la confrontación, de su vivencia entre la fe y el drama humano implicado en su acción presente. En este sentido precisamente la reflexión moral y espiritual se encuentra en una encrucijada fundamental; tampoco la relación entre teología y ciencias humanas deben verse ya en términos inconciliables y alternativos.

Una vez delimitados debidamente los dos campos y los respectivos sectores de la investigación en su específico objeto formal, será cuestión de poner énfasis también en su complementariedad; ya no será posible hacer espiritualidad sin hacer antropología, porque no se puede hablar del hombre en relación con Dios sin conocer la estructura y los mecanismos profundos de su personalidad y de las relaciones que lo ponen en contacto con los demás, factor este que escapa al campo de la teología. Será inadmisible, por otra parte, para un cristiano pensar que con criterios puramente científicos es posible dar cuenta de la globalidad del ser y del obrar humano, como si no estuviera presente en nosotros una dimensión que trasciende las posibilidades de estos instrumentos de análisis.

1. SÍNTOMAS. CAUSAS. VALORACIÓN

a) Los síntomas. En el plano del lenguaje, los vocablos propios de la teología corriente provocan una desazón creciente. Las nociones de pecado, contrición, absolución tienen un contenido cada vez más incierto a los ojos de la mayor parte de las personas. Su subdivisión en categorías precisas resulta problemática cuando se trata de establecer los grados de la gravedad del pecado (mortal o venial), de la pena en que se incurre (purgatorio, infierno), de la calidad de la contrición (perfecta, imperfecta). Ciertas nociones se encuentran directamente en vías de desaparición bajo los golpes de la desmitificación o, más simplemente, del olvido; por ejemplo, las de la atrición, de la imperfección o de la satisfacción. En el plano de la conducta se manifiesta repugnancia hacia todas las formas de privación y de penitencia. Todo lo que se percibe como negativo y frustrante para nuestros deseos es sospechoso de inhumanidad, masoquismo o inhibición. En nuestra vivencia interior nos cuesta comprender lo que significa el pecado; nos parece una tendencia o un estado difuso, o simplemente la deficiencia de una situación de conjunto más que un acto preciso capaz de catalogarse en una serie de acciones pecaminosas.

b) Las causas. Las causas de la crisis del sentido del pecado pueden reducirse al ámbito del problema de la libertad. Se pone en duda la consistencia efectiva de la libertad humana. Esta aparece tan frágil y limitada por una serie de condicionamientos, que se llega a poner en tela de juicio la misma posibilidad de realizar actos culpables libremente queridos.

Por otro lado se constata un sentido de desconfianza frente a todo dato exterior a la libertad tendente a condicionarla; sentido de desconfianza que se debe a la discusión del valor de la ley, a la constatación del pluralismo y a la diferenciación en la sociedad, cuyas normas ya no son armonizables con una serie de imperativos éticos objetivos y universalmente válidos; a la relativización de los valores y la incertidumbre respecto a lo que está permitido y prohibido por nuestra sociedad, que no facilita el despertar de la conciencia moral; a la incapacidad (según la terminología freudiana) de adecuarse al "principio de la realidad" para seguir "el principio del placer", en el sentido de satisfacción inmediata del deseo, por ilusorio que pueda ser.

También puede hablarse, radicalmente, de un miedo a objetivar a Dios, a reconocer su alteridad y su libertad. Dios es visto ante todo como la realización del deseo del hombre en orden a la plenitud de la propia persona y a la reconciliación universal, y no tanto como la intervención en nuestra historia de una libertad que nos interpela y nos provoca a un continuo cambio y superación de nuestro proyecto humano.

c) Un intento de valoración. Si observamos con más atención estos hechos, parece que no se ha perdido tanto el sentido del pecado cuanto cierto sentido del pecado. Se nota la pérdida del sentido del pecado entendido como transgresión de una prohibición y, por otra parte, el recrudecimiento de una forma de culpabilidad latente que lleva, por ejemplo, al rechazo de la autoridad y de Dios mismo por el miedo -quizá inconsciente- a ser juzgados por él.

Asistimos hoy a la aparición de una nueva dimensión del sentido del pecado según una sensibilidad distinta, como, por ejemplo, el reconocimiento de nuestra responsabilidad colectiva frente al destino de toda la humanidad; y, desde otro punto de vista, a una mayor atención alas exigencias del amor, más importantes y determinantes que las de la ley; existe un énfasis en las obligaciones derivadas de la componente intersubjetiva y social de nuestra existencia.

En conclusión, podemos decir que cierto sentido del pecado va debilitándose, aunque en beneficio de otro más auténtico y más cercano a nuestra cultura. La dificultad que encontramos para obtener una imagen satisfactoria del pecado debería al menos hacernos comprender cuánto trasciende a nuestra inteligencia y a nuestra capacidad de amor lo absoluto del amor y de la santidad de Dios, que debe ser nuestro constante punto de referencia. El sentimiento que entonces tendremos sobre nuestra distancia respecto a este amor será indicio existencial de nuestra condición de pecadores. Los santos son también maestros en este tema.

Es necesaria por ello una clarificación del lenguaje, que nos permita utilizar de forma más precisa los términos "pecado", "culpabilidad" (y "conversión") en los diversos niveles en que tales términos pueden usarse, con el fin de evitar confusiones y no pasar indebidamente del plano de la reflexión teológica a otros planos que, por muy complementarios que sean, deben permanecer distintos de él. Con ello la espiritualidad no hará sino ganar.

2. REFLEXIONES PSICO-SOCIOLÓGICAS

a) Análisis del término "culpabilidad". Examinemos el término tal como se usa en los textos de la literatura penitencial de las diversas culturas y religiones; se trata de un lenguaje simbólico’.

Los símbolos más antiguos hablan de "mancha", de algo que contamina y perjudica al hombre desde el exterior; los bíblicos utilizan términos como: fallar el tiro, seguir un sendero tortuoso, rebelarse, obstinarse, ser infieles como en el adulterio, ser sordos, estar perdidos, errar, ser vacíos y falsos, ser inconstantes como el polvo. Estos símbolos expresan la idea de la relación entre Dios y el hombre, entre el hombre y el hombre y entre el hombre y él mismo. A la idea de la ruptura de esta relación se debe añadir la de una fuerza que domina al hombre y que también es el signo de su debilidad, de su vanidad representada por el soplo y el polvo.

El simbolismo del pecado es, alternativamente, símbolo de algo negativo (ruptura, extrañamiento, ausencia, vanidad) y símbolo de algo positivo (fuerza, posesión, prisión, alienación). La idea de "culpabilidad" representa la forma extrema de interiorización en el paso de la "mancha" al "pecado".

El pecado es ya ruptura de una relación: condición real, objetiva. dimensión ontológica de la existencia. La culpabilidad, además, posee un acento más claramente sugestivo. Su simbolismo describe la conciencia del estar abrumado por un peso que lo envenena. Las metáforas utilizadas son el "peso", la "mordedura" y el "tribunal". Llegamos aquí a un momento particular de la experiencia humana del mal, el más ambiguo.

Por un lado, la conciencia de la culpa marca un progreso claro frente a lo que hemos llamado "pecado"; Mientras el pecado sigue siendo una realidad colectiva, la culpa tiende a individualizarse. En Israel, los profetas del exilio fueron los autores de este proceso (cf Ez 31,34); esta predicación representó una idea liberadora. En una época en que un retorno colectivo del exilio, parangonable al antiguo éxodo de Egipto, parecía algo imposible, se abría un camino personal para la conversión de cada uno; se advierte claramente cómo de la experiencia igualitaria y no cualificada del pecado sale a flote un "carácter gradual" de la culpabilidad: el hombre es entera y radicalmente pecador, pero responsable en diversa medida. La individualización y el aspecto gradual de la culpabilidad indican claramente un progreso respecto al carácter colectivo y no cualificado del pecado.

ESCRÚPULO: Por otro lado se inicia en sentido negativo una patologia específica, en la que el escrúpulo marca el punto muerto. También el escrúpulo tiene un carácter ambiguo. Si, por una parte, la conciencia escrupulosa es una conciencia delicada y meticulosa que se apasiona por una perfección cada vez mayor, por otra, el escrúpulo marca la entrada de la conciencia moral en su condición patológica.

La persona escrupulosa se encierra en el laberinto de los mandamientos; la obligación adquiere un carácter enumerativo y acumulativo, que contrasta con la simplicidad y la sobriedad del mandamiento de amar a Dios y a los hombres. La actitud del escrupuloso lleva a una visión "jurídica" de la acción y a una ritualización casi obsesiva de la vida cotidiana, causa y efecto al mismo tiempo de una perversión del concepto de obediencia; se vuelve a la "esclavitud de la ley", descrita por san Pablo (Rona 7). La culpabilidad revela entonces la maldición de una vida sometida a la ley y la irreversible desgracia descrita por Kafka: la condena se convierte en condenación.

La evolución advertida en el lenguaje nos ha situado ante diversos planos de la culpabilidad: desde un plano primitivo, que podríamos calificar de "inconsciente", instintivo, hasta un plano más reflejo, en el que el hombre se hace responsable del propio mal -situado en el ámbito de su libertad-; hasta un plano "religioso", en el que el hombre percibe su ser pecador frente a Dios; plano este específico del cristiano y del hombre espiritual.

b) Los tres planos de la culpa. Existen tres planos de la culpa, en cada uno de los cuales asumen un significado distinto los términos empleados’.

El plano del instinto. También en el hombre existe una manera de vivir la obligación y la culpabilidad que, aunque esté relacionada con motivaciones intelectuales, se sitúa sustancialmente en el plano del instinto. Esta culpabilidad está determinada por la presión social, que, con sus prohibiciones y sus tabúes, establece una defensa contra el peligro que representa el instinto individual. El pecado o la culpa consiste automáticamente en la materialidad de la transgresión. La contrición será el simple deseo instintivo de escamotear las consecuencias de esta transgresión. La confesión de la culpa y el propósito de la enmienda se queda a nivel del puro rito expiatorio.

El plano moral. Se sitúa a nivel de la realización consciente, libre y autónoma de la persona humana en su estar-en-el-mundo y en su relación intersubjetiva con la persona absoluta que es Dios. La ley de la que el hombre toma así conciencia deja de ser una imposición exterior; es la realización de su propio ser como dato virtual y proyecto que realizar. La conciencia moral no será otra cosa que la conciencia de sí mismo, que actúa como facultad de discernimiento, la cual juzgará ante toda elección libre qué es lo que favorece y qué es lo que se opone a la auténtica realización de sí mismo. A pesar de que no es infalible, el juicio de la conciencia moral se impone incondicionalmente, aun en caso de error de buena fe. La culpa moral consiste en actuar libremente contra el juicio de la propia conciencia. No es ya, por lo tanto, únicamente la materialidad del acto lo que la determina. La sanción de la culpa no es ya una amenaza proveniente del exterior; la culpa moral se castiga ella misma en cuanto mutilación del ser. La contrición consiste en reconocer frente a sí mismo al propio acto como negación de si mismo y en condenar la desviación del propio desarrollo. No es actitud pasiva y resignada, sino estimulo a volver a la verdad del propio devenir auténtico. La confesión sitúa la condena de la propia culpa y el propósito de enmienda en el contexto concreto de un desarrollo comunitario y puede revelarse como medio eficaz para volver a la verdad de las propias acciones.


El plano espiritual cristiano. La realización moral de la persona se efectúa ante todo en el encuentro adulto del otro en el amor. Pero sólo un valor absoluto de amor podría fundamentar una moral de amor universalmente válida, y el encuentro del amor como absoluto nos situaría en un nivel superior: el de la ética religiosa. La ley que determina este encuentro no es ya la simple realización del propio ser, sino la invitación a superar esta realización en orden a una relación interpersonal de amor con la Persona que es el mismo Absoluto. No se trata, como podría parecer a primera vista, de una nueva forma de imposición desde el exterior. En esta relación yo no salgo de mí mismo sino para volverme a encontrar más allá de mis propios limites naturales en una verdadera comunicación con el ser divino; la cumbre se alcanza aquí en la experiencia mística. La conciencia deja de ser un simple juicio lógico o racional para convertirse en comunión entre dos seres que se aman; se hace sentido de lo divino y con naturalidad con Dios en la caridad. El pecado se convierte en este contexto ante todo y sobre todo en infidelidad a un amor; es el hombre mismo en actitud de rechazo del amor divino. La sanción del pecado no es un castigo infligido desde el exterior, sino el sufrimiento de quien rechaza obstinadamente una inextinguible necesidad de amor. La contrición nace del encuentro de dos certezas: la evidencia de la infidelidad, por una parte, y el recuerdo de la misericordia de Dios, que es más grande que nuestro corazón, por otra. La respuesta a la contrición es el perdón, que renueva el amor e integra el mismo pecado en su diálogo. La confesión de la culpa será la señal a través de la cual se reconstruyan el encuentro y el diálogo. La penitencia o reparación encarna, a nivel temporal del desarrollo humano, lo que en el instante creativo del amor está ya plenamente realizado a nivel religioso.

II. El pecado en la reflexión bíblica

¿Qué es lo que tiene que decir la palabra de Dios sobre esta reflexión y sobre esta realidad? La Biblia habla frecuentemente, casi en cada página, de la realidad que nosotros llamamos corrientemente pecado. Los términos con que el AT designa esta realidad son múltiples y se toman, en general, del lenguaje que sirve para explicar las relaciones humanas: falta, iniquidad, rebelión, injusticia, etc.

El judaísmo añadirá el concepto de "deuda", que se utilizará también en el NT. De manera aún más general se presenta al pecador como el que realiza el mal a los ojos de Dios, y al justo se opone normalmente el malvado. Pero es sobre todo en el transcurso de la historia bíblica donde se manifiesta la verdadera naturaleza del pecado, su malicia y sus dimensiones. Ahí se ve cómo esta revelación sobre el hombre es al mismo tiempo una revelación sobre Dios; sobre su amor, al que se opone el pecado, y sobre su misericordia; porque la historia de la salvación no es otra cosa, en definitiva, que la historia de los incansables intentos de Dios creador de arrancar al hombre de la red del pecado.

1. EL PECADO DE LOS ORíGENES - Entre todos los relatos del AT, el de la caída, que sirve de pórtico a la historia de la humanidad, ofrece ya una enseñanza sumamente rica. El pecado de Adán, por encima de un simple acto externo de desobediencia (Gn 3.3), se presenta como la actitud interior de quien pretende suplantar a Dios para decidir sobre el bien y el mal, afirmando frente a Dios la propia autosuficiencia y la negativa a depender de él: "Seréis como dioses. conocedores del bien y del mal" (Gén 3,5). Precisamente porque el hombre fue creado por Dios "a su imagen y semejanza", su relación con Dios no era sólo de dependencia, sino también de amistad. En su actitud de rechazo, el hombre lo considera, por el contrario, como un rival y está celoso de sus privilegios y de su superioridad (Gén 3.4ss). El pecado corrompe en el hombre la imagen de Dios, trastornándola radicalmente; de la de un ser perfecto en sí, que da por pura gratuidad, a la de un ser interesado y necesitado de protegerse contra su criatura.

La ruptura entre el hombre y Dios realizada a iniciativa del hombre, queda  sancionada por el dictamen de la conciencia, que la percibe aun antes de que intervenga el castigo. Adán y Eva se esconden de la vista de Dios (Gen 3 8). La expulsión del paraíso constituirá ún¡camente la ratificación de esta voluntad del hombre.

La ruptura con Dios implica también la ruptura entre los miembros de la comunidad humana: ruptura interpersonal, familiar y social. Al acusarla, Adán se hace insolidario de aquella a la que en un principio había reconocido como "hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gén 2.23). La muerte de Abel (Gén 4.8) y el canto salvaje de Lamec (Gén 4.24) son signos explícitos de este reino de la violencia. La corrupción de la humanidad, que desemboca en el diluvio (Gén 6): el desafío a Dios en la torre de Babel, que trae como consecuencia la incomunicabilidad entre los pueblos (Gén 11), expresan el impresionante crescendo del desbordamiento del mal y sus consecuencias.

Pero desde el principio, la condición del hombre pecador se sitúa bajo el signo de la esperanza. Dios mismo tomará la iniciativa de la reconciliación (Gén 3.15). Esta bondad de Dios, más fuerte que el mal del hombre, se observa ya en acción cuando preserva a Noé y a su familia de la corrupción y del diluvio (Gén 6.5-8) y con él "re-crea" un universo nuevo; pero, sobre todo, en la vocación de Abrahán, donde el proyecto de reconciliación se hace explícito: "Por ti serán bendecidas todas las naciones de la tierra" (Gén 12.3). 

2. EL PECADO EN LA HISTORIA DE ISRAEL - El pecado, presente en el mundo desde los orígenes de la humanidad, acompaña a toda la historia de Israel. Observemos, para ilustrar este hecho, un episodio característico: la adoración del becerro de oro (Ex 32). Como Dios había hecho a Adán, por iniciativa gratuita, objeto de su benevolencia, lo mismo hizo con Israel, su pueblo. Especialmente toda la historia del éxodo demuestra los hechos con los que mantuvo su palabra. Pero en el momento mismo en que Dios establece alianza con su pueblo y se compromete con el dando a Moisés las "tablas de la alianza" (Ex 31 18), el pueblo pide a Aarón un dios que no esté tan lejano e invisible, hecho a su medida. Un dios que camine con el pueblo allí donde éste quiera llevarlo y no que le ordene al pueblo caminar con él. El pecado consiste también aquí en una negativa a obedecer que más profundamente, es negativa a confiar en Dios y a abandonarse a él, reconociéndolo como el único suficiente, como el único de quien el hombre recibe su existencia y a quien sólo debe servir (Dt 6,15). Aquí está la raíz del pecado en cuanto idolatría, tema este que volverá a ser recordado y destacado especialmente por los profetas.

3. LA ENSEÑANZA DE LOS PROFETAS -Buena parte de la predicación profética consiste en una denuncia del pecado, el pecado de los dirigentes y el pecado del pueblo. De aquí la enumeración de los pecados, que aparece frecuentemente en la literatura profética, ordinariamente ligada al decálogo. Estas enumeraciones se multiplican en la literatura sapiencial.

El pecado se transforma en una realidad muy concreta. El abandono de Yahvé genera violencia, rapiñas, juicios injustos, mentiras, adulterios, perjurios, homicidios y todos los desórdenes sociales. Son significativas a este respecto las confesiones de Is 59,13ss y de Os 4, 2. Quien pretende construir partiendo de sí mismo e independientemente de Dios lo hará normalmente a expensas de los demás, especialmente de los más pequeños y de los más débiles. Así lo demuestra, por ejemplo, el adulterio de David (2 Sam 12).

El pecado del hombre no es solamente oposición a los derechos de Dios, sino también a su corazón. En este sentido la Biblia habla del pecado en cuanto ofensa a Dios. El pecado no hiere a Dios en sí mismo (la revelación se muestra demasiado preocupada en afirmar la trascendencia como para poderlo creer: cf Jer 7,19; Job 55,1 pero lo "hiere" ante todo en la medida en que se dirige contra aquellos que son objeto de su amor. Así Natán reprobará a David el haber despreciado a Dios (2 Sam 12,9ss), y por ello le previene sobre las consecuencias que ha de sufrir. Además, el pecado, al separar al hombre de Dios, única fuente de la vida, se revela de hecho contrario a los designios de amor de Dios (cf. Jer 2,11ss).

Por este motivo, cuanto más profundiza la revelación bíblica en la trascendencia de este amor, más intensamente pone de manifiesto el sentido real en que el pecado del hombre puede ofender a Dios. Esta realidad se expresa a través de las imágenes; por ejemplo, la ingratitud del hijo con un padre que lo ama (Is 57,4), o con una madre que jamás podrá olvidar el fruto de sus entrañas (ls 49,15); o bien la infidelidad de la esposa que se prostituye con el primero que llega, indiferente al amor incansable y fiel de su esposo (Jer 35,7-12; Ez 16,24).

En este estadio de la revelación, el pecado aparece esencialmente como violación de las relaciones personales, como negativa del hombre a dejarse amar por un Dios que sufre por no ser amado, un Dios al que ha hecho vulnerable el amor (misterio de un amor que sólo será totalmente desvelado en el Nuevo Testamento).

Junto al tema del pecado aparece siempre en los profetas el de la conversión: Dios permanece fiel a pesar de la infidelidad del hombre y le invita a volver mientras el hombre es capaz de hacerlo (Os 2,8ss., Ez 14,11).

Dado que el pecado es rechazo del amor, la condición del perdón será la actitud del hombre que vuelve a amar, que renuncia a su voluntad de independencia, que acepta dejarse amar por Dios; en una palabra, que rechaza lo que constituye el fondo mismo del pecado.

Todo esto rebasa las posibilidades humanas; también la conversión es don del Dios que va en busca de la oveja perdida (Ez 34), que da al hombre "un corazón nuevo". "un espíritu nuevo", "su propio espíritu" (Ez 36,26ss). Entonces se realizará la nueva alianza y la ley ya no estará escrita en tablas de piedra, sino en el corazón de los hombres (Jer 31,31ss.).

Por último, el AT anuncia que esta transformación interior se llevará a cabo gracias a la oblación sacrificial de un siervo misterioso, cuya identidad nadie podría haber sospechado antes de la realización de la profecía (ls 42,1ss.).

4. LA ENSEÑANZA DEL NT - El Nuevo Testamento revela que el Siervo venido para librar al hombre del pecado (ls 53,11) es el Hijo de Dios.

a) Desde el comienzo de la catequesis sinóptica. Jesús está con los pecadores para anunciarles la remisión de los pecados (Mc 2,17; Mt 6,12); este anuncio, situado en la línea profética, va acompañado de la predicación de la conversión, que dispone al hombre a recibir el favor divino, a dejarse amar por Dios y acoger "su reino" (Mc 1,15). Por ello, Jesús permanece impotente ante quien rechaza la luz (Mc 3,28s) e imagina que no necesita el perdón, como le ocurre al fariseo (Lc 18,9ss). Por ello también Jesús denuncia el pecado y la falsa justicia de quien se considera en paz con la ley, pero que tiene un corazón malvado (Mc 7,21ss). El discípulo de Jesús no se puede contentar con la justicia de los escribas y los fariseos (Mt 5,20): su justicia se reduce al precepto del amor (Mt 7,12). Pero viendo actuar a su maestro es como el discípulo aprenderá lo que significa amar y lo que es el pecado en cuanto rechazo del amor.

La revelación más sorprendente es la de la misericordia de Dios con los pecadores, expresada por Jesús, tanto a través de la palabra en la línea de la predicación profética (cf en particular Lc 7,38ss; 19.5; Mc 2.15ss; Jn 8,10ss), como -sobre todo- con los hechos: Jesús acoge a los pecadores con la misma bondad que el padre de la parábola (cf Lc 7,38ss; 19.5; Mc 2,15ss; Jn 8,10ss), hasta el punto de escandalizar a los testigos de esta misericordia, porque son incapaces de comprenderla.

b) Característica del Evangelio de Juan es la expresión "pecado del mundo" (Jn 1,29), con la que el evangelista trasciende los pecados particulares e intenta hablar de la realidad misteriosa que los produce: una potencia hostil a Dios y a su reino, con la que Cristo se encuentra enfrentado. Esta hostilidad se manifiesta ante todo, concretamente, en el rechazo de la luz (Jn 3,19-20; 9.11).

Volviendo sobre un tema ya tocado en el Antiguo Testamento (Sab 2,24). Juan atribuye esta obstinación a la influencia de Satanás, a quien está sometido el que comete el pecado (Jn 8,34) y cuyas obras son el homicidio y la mentira (Jn 8.44), que generan el odio contra la luz (3,19), contra la verdad y, consecuentemente, contra Cristo y el Padre (15,22) hasta dar muerte al Hijo de Dios. Frente al pecado del mundo, Jesús se muestra triunfante, ya que no tiene pecado (Jn 8,48), es uno con el Padre (Jn 10,30), pura luz en la que no hay tinieblas (Jn 1,15; 8.12), verdad sin rastro de mentira (Jn 1,4; 8,40), y sobre todo es amor, cuya consumación tiene lugar en la muerte (Jn 15,13). Esta aparente derrota es, en realidad, una victoria sobre el príncipe de este mundo, que no puede nada contra él (Jn 14.3) y que ha sido abatido por él (Jn 12,31). De esta victoria son hechos partícipes también los discípulos de Jesús, convertidos en hijos de Dios por haberlo acogido (Jn 1,12). El cristiano no comete pecado porque ha nacido de Dios (1 Jn 3,9). E incluso si recae en el pecado, Jesús comunicó a los apóstoles el Espíritu, dándoles el poder de "perdonar los pecados" (Jn 20,22ss).

e) La teología del pecado en san Pablo. Pablo distingue el pecado (en griego hamartía) de los actos pecaminosos particulares, a los que denomina con el término griego paraptoma, que significa literalmente caída. San Pablo no quita valor y trascendencia a los actos pecaminosos, como se demuestra en la lista de pecados que aparecen en sus cartas (cf 1 Cor 5,IOss; 6,9ss; 2 Cor 12,20; Gál 5,19-21; Rom 1,29-30; Col 3,5-8; Ef 5,3; 1 Tim 1,9; Tit 3,3; 2 Tim 3,2-5). Mas por encima de estos actos pecaminosos se remonta a su principio; ellos son en el hombre pecador la expresión y la exteriorización de esa fuerza hostil a Dios y a su reino, a la que se refería Juan. El mismo hecho de que Pablo les reserve prácticamente el término de pecado en singular, les da una especial importancia. Pero, sobre todo, se preocupa el Apóstol de describir su origen y sus efectos en cada uno de nosotros, elaborando de esta forma una verdadera teología del pecado.

Presentado como una potencia personificada, hasta el punto de que alguna vez parece confundirse con el personaje de Satanás, el "dios de este mundo" (2 Cor 4,4), el pecado se distingue, no obstante, de él; pertenece al hombre pecador y es interno al mismo. Se da una solidaridad de todos los hombres en el pecado de Adán (Rom 5.12-19), que los pone en condición de muerte. Pero el punto de vista de san Pablo no es, a pesar de ello, pesimista; efectivamente, existe también una solidaridad muy superior, cual es la de toda la humanidad con Jesucristo (Rom 5,15). El pecado de Adán y sus consecuencias se han permitido en cuanto que sobre ellas debe triunfar Cristo. La victoria de Cristo sobre el pecado es para Pablo tan radical como para Juan. El cristiano, muerto al pecado, se hace con Cristo resucitado un ser nuevo (Rom 6,14) y una nueva criatura (2 Cor 5,17).

No obstante puede volver a caer bajo el poder del pecado mientras vive en su cuerpo mortal y doblegarse a sus concupiscencias (Rom 6,2) si se niega a caminar según el Espíritu (Rom 8,5). La victoria sobre el pecado por obra de la sabiduría de Dios se consigue sirviéndose del pecado mismo. También él entra en el plan salvíflco de Dios sobre el género humano: "A todos encerró Dios en la desobediencia para usar de misericordia con todos" (Rom 11.32; Gál 3.22).

Este misterio de la sabiduría divina se revela en el mundo con máxima claridad en la pasión del Hijo de Dios. El Padre entregó al Hijo a la muerte para ponerlo en condiciones de llevar a cabo el acto supremo de obediencia y de amor y realizar así nuestra redención, pasando él el primero desde la condición carnal a la condición espiritual. Para permitirle amar como ningún hombre ha amado jamás, Dios quiso que su Hijo se hiciera vulnerable al pecado del hombre, a fin de que nosotros, gracias a este acto supremo de amor, fuésemos sometidos a los efectos de la potencia vital que es la justicia de Dios (2 Cor 5,21). De esta forma "ordena todas las cosas para bien de los que le aman" (Rom 8.28), incluso el pecado.

III. El pecado en la reflexión teológica

La reflexión teológica ha sometido a constante análisis el tema del pecado y ha intentado colegir su elemento formal y sus aspectos característicos. Nos limitaremos aquí a recordar algunas de las definiciones más notables que resumen sintéticamente los resultados de esta reflexión.

I. EL PECADO COMO VIOLACIÓN DE LA LEY DE Dios - Es célebre la fórmula de san Agustín: "El pecado es una expresión, o un hecho, o cualquier tipo de deseo que se oponga a la ley eterna". Esta definición no se debe leer, sin embargo, en un sentido legalista, sino en la perspectiva de una interpretación personal de la ley. No se trata principalmente de la infracción de una norma, sino de una actitud de oposición a Dios, autor de la ley, incluso cuando ésta está mediatizada por los que participan en la comunidad del poder de orientar los caminos de los hombres. La ley no es sólo una norma impuesta desde el exterior, que frena o limita la libertad humana, sino ante todo, y más radicalmente, una dimensión que estructura al ser humano en sí mismo y que orienta y estimula su desarrollo (S. Th., I-II, y. 106, a. 1). De ahí que violar la ley sea oponerse a la orientación fundamental de la propia persona hacia el bien, al cumplimiento de la misión implícita en la llamada a la vida y manifestada en el conjunto de los acontecimientos a través de los cuales se explicita.

2. EL PECADO COMO OFENSA A Dios - ES una definición que se sitúa en la línea de la reflexión bíblica. Santo Tomás la propone en diversos contextos. La encontramos reafirmada expresamente por Pío XII en la Humani generis (DS 3891). A la luz de la reflexión bíblica, esta definición no se entiende en sentido antropomórfico, lo que podría dar lugar a una interpretación extremadamente restrictiva. Aunque sin excluir la posibilidad de comportamientos que impliquen explícitamente un rechazo de Dios, la ofensa a Dios se concretiza con mucha mayor frecuencia en un comportamiento perjudicial al prójimo y al hombre mismo (S. Tomás, C. Gent., 3, c. 122).

3. LA DIMENSIÓN SOCIAL DEL PECADO -Esta dimensión se pone de manifiesto, no tanto por un contagio de carácter psicológico cuanto debido a la vinculación de solidaridad de todos los hombres entre sí. Cuanto más se disgrega la comunión en Cristo, tanto más aumenta la solidaridad en el mal que manifiesta y consolida el pecado. Esto se evidencia principalmente por la actual forma de vida intensamente socializada, que nos sensibiliza más al aspecto social del pecado y a una mayor corresponsabilidad frente al mal del mundo (conflicto de los egoísmos colectivos, inhumanidad en el ejercicio del poder, destrucción de los recursos naturales...).

4. EL PECADO COMO ALEJAMIENTO DE DIOS Y CONVERSIÓN A LAS CRIATURAS - ES una fórmula que se repite con mucha frecuencia y variedad en las obras de san Agustín. Esta definición sintetiza la realidad del pecado intentando captar la doble dimensión en la que se concretiza: la perspectiva teocéntrica, según la cual el pecado es oposición a Dios y deformación de su obra, y la antropocéntrica, que contempla el pecado como mal del hombre en su plena realidad personal, social y cósmica, como disminución que impide la plenitud humana (GS 13).

Después de hacer estas alusiones bíblicas y teológicas, volvamos a plantearnos las cuestiones más específicas que se derivan del problema del pecado en los tres planos ya antes enunciados: instintivo, moral y espiritual.

IV. Sentido de culpa y pecado

1. EL SENTIMIENTO DE CULPABILIDAD - Podríamos definir el "sentido de culpa" como una sensación dolorosa (vergüenza, miedo, escrúpulo) que acompaña a un acto juzgado como "mal" y cuyas causas no derivan de la conciencia de pecado en sentido teológico, sino de otras experiencias realizadas en el decurso de la propia existencia. Muchas veces el sentido de la culpa va acompañado de sensaciones que contrastan claramente con el espíritu de fe, como el carácter de ineludibilidad hasta la desesperación. Muchas veces los conceptos de pecado y sentido de culpa se identifican indebidamente con términos como remordimiento, miedo del pecado y sentido del pecado.

En relación con el "pecado", entendido en sentido teológico, el sentido de culpa presenta algunas características fácilmente destacables: se impone, por ejemplo, sólo para algunos pecados privilegiados, con variables intensas de tipo histórico y cultural: además, puede variar, ya sea por su objeto como por su intensidad, de sujeto a sujeto.

Así hay algunos que son mucho más susceptibles que otros -incluso culpabilizados en la misma dirección- al sentida de culpa que puede suscitar una determinada acción. En lugar de tener una función preventiva del pecado, en los sujetos muy culpabilizados el sentido de culpa se vive como tal y produce un sufrimiento y una vergüenza llevados al extremo, a la exageración del pecado cometido, a la exasperación de intentos de reparación y a la intensificación de las demandas de perdón. Es posible encontrar personas muy culpabilizadas en un determinado sector de la moral, mientras que carecen casi por completo de escrúpulos en los demás sectores.

Si analizamos el sentido de culpa bajo una perspectiva más marcadamente psicológica y recordamos su origen, el sentimiento de culpabilidad proviene y se constituye por la interacción entre un sujeto, por una parte, y el conjunto de las relaciones sociales, por otra. No nace con el sujeto, sino que se forma a lo largo de la vida como respuesta automática a las exigencias, a las prohibiciones y a las solicitaciones del ambiente. El sentido de culpa no puede estar ligado a un suceso particular ni a un estadio preciso del desarrollo afectivo. La culpabilidad representa, junto con la inseguridad, la característica de toda angustia. La angustia es siempre el miedo a una pérdida real o imaginaria. Se vive en diversos estadios: la angustia del nacimiento, del destete, el miedo de la castración (al descubrir al padre) y el miedo de la muerte.

A través de todas las frustraciones padecidas por nuestra exigencia de amor a los padres, cuando esta frustración se percibe como algo merecido, se construye nuestra culpabilidad. No es a través de un trauma solo, sino a través de todo un conjunto de actitudes, de preguntas y respuestas, de rechazos y frustraciones, como nace el carácter conflictivo de todo encuentro, de donde se generan la angustia y la culpabilidad. Estas afectan a nuestra necesidad más fundamental, que es la de amar y ser amados y reconocidos como dotados de valor.

2. CONFRONTACIÓN DEL ANÁLISIS DE LACULPABILIDAD CON LA EXPERIENCIA HUMANA Y CRISTIANA DEL PECADO - Sentido del pecado y sentido de culpa son dos realidades claramente distintas, en el sentido de que el uno deriva de una vida de fe y el otro proviene del contexto psicosocial del sujeto.

El sentido del pecado se puede definir como un acto de comprensión por haber realizado (o querer realizar) una falsa absolutización de aspectos propios creaturales, apartándose de Dios como único fin verdadero en sentido absoluto. Este sentido del pecado no se reduce a un simple acto racional, sino que constituye un "sentir" efectivo, filtrado del entero sujeto viviente, de fallar en la propia orientación de fondo. En todo caso, este sentimiento será genuino en la medida en que tenga su origen y sea alimentado por la conciencia teológica, es decir, por la vida auténticamente orientada según la fe. Se puede hablar del sentido del pecado en la medida en que entran en juego motivos fundados en la revelación de Dios al hombre: lo demás es extraño al ámbito de la fe y, por tanto, se diagnostica y se cura mediante la obra organizadora del hombre.

Es de advertir que una característica fundamental de la revelación cristiana del pecado es la del amor de Dios y su perdón. Todo sentimiento de desesperación y de miedo después del pecado no estará dictado consecuentemente por la fe y deberá ser curado mediante otras terapias.

El sentido de culpabilidad aparece como una realidad ambivalente; es un elemento negativo cuando asume formas patológicas que llevan al sujeto a enclaustrarse en sí mismo en una actitud de angustia, de resignación y de pasividad. Pero se convierte en algo positivo cuando el dolor experimentado estimula al sujeto a salir de su situación, partiendo de motivaciones dictadas por el conocimiento de la razón e inscritas en el contexto del desarrollo global de toda la persona.

Esta reflexión de tipo psicológico nos proporciona el enlace y el pase lógico al plano moral, no en el sentido de una ruptura, sino en el de una continuidad; lo mismo que el plano moral, realmente totalizante en el nivel que le es propio, será un momento que debe integrarse en la visión de la fe, que para un cristiano es el único que puede resultar totalizante de manera última y definitiva.

 

V. El pecado en el plano moral

El plano moral se distingue del puramente instintivo y psíquico, como hemos advertido anteriormente, en cuanto lugar de la realización consciente, libre y autónoma de la persona humana en su estar-en-el-mundo y en su realización intersubjetiva con la Persona absoluta, Dios. Pero es precisamente esta dimensión de la libertad, fuera de la cual queda privado de sentido todo discurso moral -y toda responsabilidad frente al mal cometido-, lo que hoy día se pone más que nunca en tela de juicio, hasta el punto de plantearse el problema de si todavía puede hablarse lícitamente de mal y culpa cometida por el hombre.

En este problema, junto con la relación entre libertad y ley, nos detendremos un poco, ya que esto nos llevará a afrontar la cuestión de extrema actualidad sobre la objetividad o no de la norma moral. La norma moral abstracta, que impone al hombre lo que debe hacer para satisfacer las exigencias de la ley divina y humana, ¿se dirige al hombre real o se dirige a un hombre idealizado? ¿No reclama quizá una madurez que por definición es irrealizable, de la cual no participan el sujeto y la humanidad sino de una forma aproximativa y analógica? Teniendo en cuenta otra vez los datos de la psicología, por un lado, y las conquistas del pensamiento teológico, por otro, intentaremos encuadrar los términos de esta cuestión.

1. MORAL Y LIBERTAD - "En un primer paso de reflexión afirmo que sentar la libertad es tanto como asumir el origen del mal. Mediante esta proposición afirmo que hay un nexo entre mal y libertad tan estrecho que ambos términos se implican mutuamente. El mal tiene sentido como mal precisamente porque es obra de la libertad. La libertad tiene sentido como tal libertad, porque es capaz de realizar el mal. En virtud de este hecho real rechazo la escapatoria de pretender que el mal existe a la manera de una sustancia o una naturaleza, que existe igual que las cosas susceptibles de caer bajo la observación de un espectador situado fuera. Esta pretensión se encuentra no sólo en las fantasías metafísicas, tales como aquellas a las que hubo de enfrentarse Agustín, el maniqueísmo y todas las metafísicas que conciben el mal como una entidad. Esta pretensión puede adoptar una apariencia positiva, incluso científica, bajo la forma del determinismo psicológico o sociológico. Asumir la causa del mal en sí mismo es tanto como desechar la claudicación de pretender que el mal es algo, una realidad vigente en el mundo de las cosas susceptibles de ser observadas, lo mismo si estas cosas se entienden en sentido físico que si se sitúan en el orden psíquico o en el de las realidades sociales. Afirmo que soy yo quien ha actuado. Ego sum qui feci. No hay ningún ser-mal; sólo existe el mal que yo he hecho. Asumir el mal es un acto de lenguaje comparable a la palabra eficaz, en el sentido de que es un lenguaje que realiza algo, es decir, que carga sobre sí la responsabilidad de una acción".

"Dije antes que la relación era recíproca; ciertamente, si la libertad cualificaba el mal como un actuar, el mal, por su parte, pone de manifiesto la libertad. ¿Qué quiere decir realmente eso de que se me imputan mis propios actos? Significa, ante todo, asumir las consecuencias de aquellos actos para el futuro, es decir, que quien hizo es también quien deberá admitir la falta, reparar los daños, soportar la censura. En otras palabras: que me ofrezco como portador de la sanción. Admito entrar en la dialéctica de la alabanza y la censura. Pero al afrontar las consecuencias de mi acción, me sitúo en un momento anterior a mi acto y me señalo a mí mismo no sólo como el que realizó tal acción, sino como quien pudo actuar de otra manera. Esta convicción de haber obrado libremente no es asunto que pueda ser objeto de observación. Se trata también de una actitud eficiente: me declaro, después de lo hecho, como quien pudo actuar de manera diferente. Este `después de lo hecho’ señala la contrapartida del asumir las consecuencias. Quien carga con las consecuencias se declara libre y pone de manifiesto esta libertad como activa ya en la acción, porque es incriminado. En este momento puedo afirmar que soy yo quien ha llevado a cabo esa acción. Este paso del estar frente al situarse detrás de la responsabilidad es algo esencial, pues constituye la identidad del sujeto moral a través del pasado, el presente y el futuro. Quien habrá de cargar con la censura es el mismo que ahora asume la acción, porque es el que actuó. Afirmo la identidad de quien asume las futuras responsabilidades de su acción y de quien actuó. Y ambas dimensiones, futuro y pasado, se ligan en el presente. El futuro de la sanción y el pasado de la acción cometida se unen en el presente de la confesión".

"Tal es la primera etapa de reflexión en la experiencia del mal; la instauración recíproca de la significación de libre y de mal es una realización específica: la confesión".

De esta premisa, citada íntegramente por su claridad y lucidez, podemos deducir que aceptar la libertad humana en su dimensión histórica significa admitir la eventualidad de la culpa. Rechazar la existencia y la gravedad de la culpa moral significa menospreciar el cometido de la libertad humana como capacidad real de opción fundamental y reducir el mal a la condición objetiva de infelicidad, extraña a la propia voluntad, en que se encuentra el hombre.

 El hombre es un "ser de deseo"’ caracterizado por la insatisfacción y orientado, por lo tanto, a un fin totalizante, que puede estar indicado por el nombre de vida, plenitud o felicidad. Toda realización inmediata, y, por lo tanto parcial, de felicidad, contiene en sí misma la experiencia de la insatisfacción, la necesidad de ir más allá. Así, después de todo encuentro, el retorno de cada cual a su propia soledad hace emerger de nuevo el conflicto que está dentro de nosotros mismos y nos remite a la constatación de lo imperfecto de nuestra personalidad y de la comunión en el amor.

La condición humana es un entramado de deseo de felicidad, de comprobación de la propia fragilidad y de amenaza de infidelidad. El deseo de la felicidad se ve siempre multiplicado y reavivado por el desafío que presenta a la infidelidad. La infidelidad está fundamentalmente determinada por la finitud, que representa un obstáculo para nuestra necesidad de plenitud y de absoluto dondequiera que se lo identifique.

La culpa moral no puede identificarse con la finitud, sino que añade la intervención de la voluntad; el hombre es culpable cuando se satisface con su propia finitud y la transforma en un fin totalizante y en suficiencia, lo cual equivale de hecho a negarla en cuanto finitud.

En el plano ético se podrá decir entonces que se es culpable cuando el objeto inmediato del deseo (finito en cuanto tal) viene a ser absolutizado, perdiendo de vista el fin absoluto en su trascendencia. Es, por lo tanto, la "tematización del deseo de absoluto en objetos finitos, con la consiguiente negación de la visión totalizante implicada en este deseo".

Reducir el mal del hombre a la propia infelicidad, situándolo fuera del ámbito del propio querer, significaría negar toda la dimensión ética que surge del encuentro y del reconocimiento -como otros tantos elementos originales e irreducibles- de la acción, de la libertad y de la tendencia a la perfección, con su aspecto negativo, aportado por la culpabilidad objetiva.

 El hombre es "libertad en situación".

La afirmación de la existencia y del valor de la libertad humana no puede eludir una confrontación con todas las formas de condicionamiento individual y social que nos afectan de hecho y que nos hacen definir la libertad del hombre como una libertad en situación. Ya la moral clásica y el mismo derecho canónico han reconocido siempre los límites de la libertad humana: se distinguían los impedimentos "intrínsecos" al sujeto (la ignorancia, la concupiscencia y el hábito) de los impedimentos "extrínsecos" (la violencia fisica y moral, el temor, el engaño y la extorsión).

Estas posiciones experimentan una puesta al día. En efecto, toman como punto de partida el presupuesto de que la libertad humana es una facultad de decisión perfectamente autónoma y que sólo unos factores accidentales -siempre excepcionales, aunque bastante frecuentes- pueden impedir momentáneamente su ejercicio. La imagen del hombre tal como nos la presenta la antropología contemporánea es bastante diversa. Se mira la libertad humana como una libertad situada; la dialéctica de la libertad y del determinismo es, por lo tanto, inherente a todo acto humano. Y únicamente mediante esta dialéctica la acción libre se transforma en acción verdaderamente humana.

Parece, por otro lado, que la ciencia actual encuentra mayor dificultad en salvaguardar, en el marco de este debate, el aspecto específico de la libertad que en subrayar todas las servidumbres que gravan sobre el obrar humano. Estas pueden agruparse en tres causas principales: factores de orden biológico, social y psicológico.

Bajo el perfil biológico, la moral clásica consideraba de una forma casi exclusiva los factores hereditarios. Pero hoy día los descubrimientos recientes de la neurocirugía, de la endocrinología -con las mutaciones que estos tratamientos implican para la personalidad-, así como las consecuencias del uso de diversos excitantes, narcóticos y tranquilizantes, ponen de manifiesto más vivamente la influencia profunda que los factores biológicos pueden ejercer sobre el psiquismo y sobre la libertad de conciencia. El equilibrio del hombre y su sistema nervioso se han vuelto mucho más inestables a causa de la necesidad de adaptarse a situaciones nuevas, impuestas por el ritmo de la vida y del trabajo, por las responsabilidades sociales, por el fenómeno de la robotización del hombre creado por una sociedad supertecnificada.

Por lo que respecta a las influencias sociales, la moral clásica aplicaba conceptos más bien superados, como los de respeto humano, miedo y vergüenza. Hoy día se prefiere subrayar las presiones ejercidas por la mentalidad común (propaganda, publicidad, presión ideológica, desinformación); la influencia de las relaciones afectivas vividas en varios niveles de la integración social, que ha llevado a algunos sociólogos a definir la conciencia moral como la facultad de adaptación instintiva de la persona a las exigencias del grupo; la misma estructura burocratizante y robotizante del Estado moderno y la despersonalización social unida a la reducción al anonimato.

En el sector de las influencias psicológicas, la moral clásica hablaba de tiranía del hábito y de servidumbre a las pasiones. Hoy día son los datos de la psicología profunda los que motivan la verdadera naturaleza de los vínculos que ligan al hombre a su pasado y se remontan al origen, hasta su primera infancia e incluso a la misma existencia intrauterina. Tan sólo mencionaremos este factor, cuyo análisis nos llevaría muy lejos.

Advirtamos, en particular, el problema de las motivaciones inconscientes, que escapan por completo a la conciencia clara del sujeto y son determinantes en actos que el sujeto por su parte considera perfectamente normales, lúcidos y libres. Se trata de las consecuencias provocadas por traumas súbitos en el decurso del crecimiento y del desarrollo psíquico, bajo la influencia de un cierto tipo de educación, y que llevan a la formación de complejos neuróticos y a un proceso de infantilización que suele darse con bastante frecuencia incluso en una vida consciente y adulta aparentemente equilibrada.

Las causas de este proceso de infantilización son múltiples, como la dislocación de la familia: la ausencia casi completa de la imagen paterna en la educación, que orienta rápidamente hacia un matriarcado pedagógico; la educación establecida sobre el modelo del hijo único; la precocidad de la crisis de la pubertad, que cada vez más hace resaltar la diferencia entre madurez física y espiritual; la incertidumbre de una época que no posee ya un ideal de humanidad válido y universalmente aceptado; el carácter superficial de nuestra civilización.

A la luz de estas sencillas consideraciones, pasando del plano teórico, del que habíamos partido al citar a Ricoeur, al plano práctico, se puede deducir, por tanto, que el hombre no siempre hace lo que piensa hacer y que hay expresiones como "sabía bien lo que hacía", "lo he hecho a propósito", que no siempre representan una escala válida para medir el verdadero grado de libertad de los actos propios. Pero entonces, ¿se puede todavía hablar en realidad de pecado?

Especialmente la noción de pecado mortal conectada con la idea de plena advertencia y consentimiento deliberado, ¿no resulta sumamente problemática? Lo que nosotros llamamos pecado, ¿no puede ser tal vez el efecto de cuanto hay en nosotros de inmadurez, inadaptación social, incapacidad de asumir plenamente nuestro pasado, de todo cuanto queda en nosotros a nivel de instinto, y no puede ser, por tanto, imputado a nuestro libre albedrío? El pecador no sería entonces un culpable, sino un enfermo o un ser que todavía no ha llegado a su madurez.

El hecho de que se le considere demasiado frecuentemente como culpable y como tal se le condene sería una señal de que la sociedad y la Iglesia, que toman esta actitud respecto a él, no han llegado a una madurez suficiente y han quedado prisioneras del infantilismo propio de una moral instintiva.

Después de haber bosquejado de forma sumaria los términos del problema, indicaremos a continuación algunas pistas para su solución.

2. OPCIÓN FUNDAMENTAL Y ELECCIÓN OBJETIVA - La elección del obrar humano se convierte en una elección realmente libre cuando hunde sus raíces en los estratos más profundos del ser. Se deben distinguir las elecciones entre una multiplicidad de objetos particulares (que pueden estar también determinadas por el instinto), de la elección relacionada con el conjunto de la existencia, que afecta al significado de la existencia misma y en la cual la persona entera se compromete incondicionalmente. A esta última le damos el nombre de "opción fundamental".

Los términos de la elección son o la apertura de sí mismo, acogiendo una evolución a cualquier precio, o el repliegue sobre sí mismo, rechazando el riesgo y, por lo tanto, la realización propia.

La opción fundamental, al encarnarse en la realidad de la historia, deberá establecer el contacto con el dato psicofísico y asumir consecuentemente todos los determinismos que condicionan su ejercicio y, al asumirlos, comprometerlos libremente en nuevos riesgos. La elección objetiva continua que implica esta encarnación será una elección verdaderamente libre tan sólo en la medida en que participe de la libertad de la opción fundamental. Solamente este grado de participación permitirá definir cada una de las acciones individuales como buenas o pecaminosas desde el punto de vista moral o religioso.

Advirtamos también, desde el punto de vista psicológico, que el sufrimiento que experimenta el hombre a causa de su impotencia para realizarse deriva propiamente del hecho de que el condicionamiento de sus complejos choca con una realidad opuesta, que no puede ser sino la libertad creadora, la cual, a su vez, le hace consciente de la impotencia en cuanto tal. Toda psicoterapia consiste, por otra parte, en buscar el modo de ofrecer a la opción libre la posibilidad de abrirse camino a través de las redes de los determinismos que tienden a sofocarla.

Planteado en términos puramente abstractos, el problema de la libertad continuará siendo simplemente objeto de discusión, sin posibilidad de llegar a una respuesta exhaustiva. La solución verdadera se podrá encontrar únicamente en la práctica, ya que la duda sobre la existencia de la libertad nos lleva a caer en la cuenta de que esta libertad está por construir. La libertad no es inmediata, sino mediata; no es fuente, sino un compromiso: el compromiso de hacerse más libre.

Llevar al hombre a una mayor libertad, tal es la tarea esencial y permanente. Descargar al hombre de su propia responsabilidad significaría privarle de su posibilidad de actuar, de transformarse y de progresar. Dar al hombre el sentimiento de la propia responsabilidad significa, por el contrario, permitirle que supere su propio pasado y que evolucione, que se abra al futuro en una perspectiva de mayor reconciliación. Este es también el significado más auténtico del reconocimiento y de la confesión de la propia culpa, no en el sentido negativo que hemos descrito al hablar del sentimiento de culpabilidad, sino en el sentido positivo y estimulante del término.

VI. La dimensión espiritual, el diálogo en el amor

Hemos definido el plano espiritual cristiano como el lugar del encuentro del hombre con el Amor absoluto, que fundamenta una moral de amor universalmente válida y que es el lugar del encuentro con Dios, el único Absoluto con el que todas las cosas deben relacionarse y por el cual se vivenciarán todas las cosas. Y ya hemos advertido que en este punto se distingue claramente el pecado en el sentido religioso del término de las diversas manifestaciones del sentimiento de culpabilidad. Aquí reasumiremos los dos puntos en los que nos habíamos detenido en el plano ético, para establecer el grado de posible culpabilidad responsable en el hombre: la libertad y la ley.

1. EL PECADO COMO FRACASO DE LA LIBERTAD HUMANA - Hemos observado en el plano ético que la culpa no puede reducirse al límite connatural del hombre mismo, sino que se produce cuando el objeto inmediato del deseo, en su calidad de finito, viene a ser absolutizado perdiendo de vista el fin absoluta en su trascendencia.

Ahora bien, a los ojos de la fe, este Absoluto existe positiva y realmente y se revela como una Presencia personal que puede ser interpelada y llamada por su nombre. La acción buena del hombre en relación viva con Dios tiene, por tanto, a Dios como fin último y como fuente primigenia.

Pecar no significa orientar el acto humano hacia una nada -como si ésta existiera de manera positiva y distinta de Dios-, sino privar al acto humano de su trascendencia en relación con Dios. Consecuentemente, el pecado afecta también al tenor mismo del acto realizado; no en la materialidad de su ejecución, sino en el modo en que el sujeto lo vive psicológica y espiritualmente.

Además de un no a Dios, el pecado es también un no al hombre; es el fracaso del deseo que se repliega en su propia potencia limitada y fracasa lógicamente en cuanto libertad. Esta actitud de rechazo es lo que define al pecado mortal.

Podemos volver a considerar brevemente aquí la distinción clásica entre pecado mortal y pecado venial para ponerla en su justa perspectiva. La moral clásica puso sobre todo el acento en la materialidad del acto, tomando como criterio casi único la clasificación de los pecados. Como reacción a esta postura, la reflexión contemporánea tiende a valorar los factores de situación y las exigencias de un compromiso proporcionado de la libertad en tal medida que casi ninguna situación humana puede realizarlos de hecho. Refiriéndonos a cuanto hemos dicho con relación a la libertad en el plano ético, podemos afirmar que la gravedad de un acto depende de su grado de participación en la opción fundamental. El pecado mortal estará limitado claramente a las elecciones determinantes, a los momentos de decisión en los que el hombre decide quizá todo el resto de su vida.

Por difícil de justificar y de explicar que resulte, la diferencia entre pecado mortal y pecado venial está, por lo tanto, implícitamente presente en toda definición de pecado. El pecado venial no es tal sino por analogía, en cuanto que realiza de manera imperfecta la intencionalidad y los efectos del pecado mortal. A este último tan sólo, bajo el punto de vista ético, se aplica la definición dada de tematización del deseo de lo absoluto en objetos finitos y, desde el punto de vista teológico, la defiinición de "acto a través del cual el hombre sitúa en un bien limitado el sentido último de su vida, reivindicando su propia autonomía frente a Dios".

Con su diverso grado de gravedad, el pecado constituye siempre la prueba de la libertad, es decir, el suceso crítico en el que ella mide el precio de sus elecciones anteriores, descubre su falibilidad, pero también en ello se revela como libertad humana.

2. LA DIMENSIÓN DE LA ESPERANZA - El discurso espiritual acerca de la libertad se distingue del puramente ético, porque reclama de nosotros que pensemos en la libertad bajo el signo de la esperanza. Por eso, si existe un modo específicamente espiritual de hablar del mal, es hablar según el lenguaje de la esperanza. En el lenguaje evangélico, considerar la libertad a la luz de la esperanza significa replantear la existencia en el movimiento que, con Moltmann, podría definirse como el futuro de la resurrección de Cristo. Esta fórmula kerigmática podría ser designada con la expresión de Kieckegaard "pasión por lo posible", que revela, en contraposición con cualquier tipo de abandono al presente y sumisión a la necesidad, la impronta de la promesa de la libertad. La libertad confiada al Dios que viene se abre a la nueva situación radical; es la imaginación creadora de lo posible.

La libertad a la luz de la esperanza es una libertad que se afirma a pesar de la muerte y a pesar de todos los signos de la muerte. Es libertad para la negación de la muerte, libertad para descifrar los símbolos de la resurrección bajo la apariencia contraria de la muerte. Más fundamental que la categoría del "a pesar de" es la categoría del "con mayor razón" de san Pablo (Rom 5,15.17): "Pero no como fue el delito fue el don; porque si debido al delito de uno solo todos murieron, ¡mucho más la gracia de Dios y el don por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, sobreabundó en todos!... Si debido al delito de uno solo la muerte reinó por conducto de este solo, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia y el don de la justicia reinarán en la vida por medio de uno solo, ¡Jesucristo!".

Es en esta dimensión donde la libertad se percata de sí misma, se conoce a sí misma y quiere pertenecer a esta economía de la sobreabundancia. Desde este punto de partida se puede iniciar un discurso ético y teológico sobre el mal.

El lenguaje espiritual, a diferencia del lenguaje ético. sitúa al mal delante de Dios (cf Sal 50, "confesión del pecado"). Puesto en la presencia de Dios, el mal es reintroducido en el movimiento de la promesa. El arrepentimiento, dirigido esencialmente al futuro, queda ya apartado del remordimiento, que es reflexión referida al pasado.

Colocada en presencia de Dios, la conciencia del mal cambia también totalmente de contenido. Corresponde menos a la transgresión de una ley que a la pretensión del hombre de constituirse en árbitro de su propia vida.

En el plano puramente ético, la voluntad puede ser definida por la relación entre libre arbitrio y ley. En realidad, la voluntad se constituye más fundamentalmente por un deseo de plenitud y de cumplimiento.

El verdadero mal, el mal de los males, se revela en falsas síntesis, es decir, en las falsificaciones actuales de los grandes intentos de totalización de la experiencia cultural. Es la mentira de las síntesis prematuras, de las totalizaciones violentas. Por ello debemos tener el valor de incorporar el mal a la ética de la esperanza.

Mientras el moralista establece contraste entre el predicado del mal y el predicado del bien y todo lo atribuye a la libertad, reconociendo en ella su origen, la fe mira más allá; su problema no es tanto el del origen cuanto el del fin del mal. La fe es incorporada -como ya se ha recordado en la reflexión bíblica- con los profetas en la economía de la promesa, con Jesús en la predicación del Dios que viene, con Pablo en la ley de la sobreabundancia. Por esta razón la visión de la fe sobre los hechos y sobre los hombres es esencialmente optimista y benévola.

VII. Conclusiones

Partiendo de un análisis del concepto de pecado, hemos abordado problemas muy diversos, de orden psicológico, filosófico, teológico y espiritual; pero el hombre, el pecador, es todo esto y resulta imposible mantener una distinción clara entre los diversos aspectos que se compenetran y se superponen en él. Negarse a hacerlo hubiera sido situarse fuera del dinamismo de lo real.

Sin embargo, da la impresión de que se pueden destacar algunas "constantes", que ayudan a desarrollar de forma más positiva el concepto que tenemos del pecado. Así sería posible responder a la pregunta sobre la desaparición del sentido del pecado afirmando que si ha desaparecido un cierto sentido del pecado, esto no es absolutamente malo en la medida en que se crea en los hombres una conciencia nueva y más auténtica del pecado. Lo que importa es captar el modo como nuestra época expresa su experiencia espiritual e intentar discernir, en la multiplicidad del lenguaje de la hora presente y por la constante referencia a la palabra de Dios, cuál es el nuevo y más auténtico sentido del pecado.

Ya podemos resumir brevemente en tres direcciones las constantes que hemos encontrado en diversos planos de la actual investigación y que nos parecen sintetizar las líneas principales de la conciencia que el hombre y el cristiano de hoy tienen del pecado y de su ser pecador.

1. EL REDESCUBRIMIENTO DE LA DIMENSIÓN INTERPERSONAL DEL PECADO - El análisis de la formación del sentido de la culpa nos ha demostrado ya, en el plano de los instintos, que este sentido de culpa nace en el niño a consecuencia de una privación de amor, del rechazo de la agresividad frente a la figura materna y paterna, con el sentimiento de la angustia que de ahí se deriva. Pese a que todavía nos encontremos a un nivel por lo general inconsciente, se ve que precisamente la falta de realización de una relación humana de vital importancia es lo que culpabiliza al individuo.

Esto se ha visto con mayor claridad en el plano moral, al describir la culpa como el repliegue del hombre sobre sí mismo que le impide una plena realización humana, ya que ésta presupone la apertura al diálogo con los demás y al reconocimiento de otro ser como fin último y totalizante.

A nivel religioso, donde el reconocimiento de otro es reconocimiento y comunión en el amor con "el Otro", el pecado asume, en la línea de la revelación bíblica y de la tradición teológica más auténtica, un significado de ruptura de una relación de alianza con Aquel que nos ha amado el primero y que es la fuente del amor con que amamos a los demás hombres, hermanos nuestros.

Más cercanos a los datos ofrecidos por el análisis del término culpabilidad que a una correcta interpretación bíblica y, en particular, a la mentalidad evangélica, nos hemos acostumbrado a considerar el pecado como una cosa, una mancha que comporta una sanción y que debe ser cancelada mediante formas expiatorias. Lo que ahora se nos exige se encuentra en el sentido de una concepción más claramente personalista, en la que debemos sentirnos responsables hasta el fondo, como seres libres. Pecadores por ser ingratos, por el rechazo más o menos total del Amor, de Dios y del prójimo: la lección de los santos.

2. SUPERACIÓN DE UNA VISIÓN FATALISTA DEL PECADO - Mirar la realidad del pecado en términos personalistas significa rechazar una visión fatalista, que lleva al miedo o a la resignación. El pecado no es una realidad extraña al hombre, sino que es el hombre mismo realizando opciones equivocadas, cuya responsabilidad y cuyas consecuencias debe poder asumir. Realidad iluminada claramente en el plano ético, pero presente también en toda la reflexión bíblica. Tampoco el "pecado del mundo", del que habla san Juan, o la hamartía, de que habla san Pablo, deben entenderse en el sentido de una ontologización del mal.

Este reconocimiento de la libertad del hombre frente a su mal (a pesar de los condicionamientos que la limitan), si bien, por una parte, agrava la responsabilidad del pecador, por otra lo libera del temor. Efectivamente, si el mal no es una fatalidad ineludible (casi una condición de condena a la que nadie puede sustraerse), sino el fruto de una opción que no es definitiva, queda abierta la dimensión de la esperanza, que se realiza en el plano ético al reconciliarse consigo mismo y con los demás, y en el plano cristiano se concretiza en la misericordia de Dios y en su perdón.

3. SUPERACIÓN DE UNA VISIÓN LEGALISTA PARA UNA CORRECTA INTERPRETACIÓN DEL VALOR DE LA NORMA - Encuadrar el pecado en el contexto de la libertad y de la responsabilidad del hombre frente a sí mismo, a los demás y a Dios significa que esta realidad no puede definirse de manera simplista por la relación con la ley, como una cierta educación nos ha inducido a creer durante mucho tiempo.

La reflexión bíblica y teológica nos ha recordado que el mismo concepto del pecado entendido como desobediencia no se contempla desde una óptica legalista: la desobediencia es tal ante todo en relación con la persona que es autor de la misma y con el valor que ésta expresa. Ya en el plano de los instintos se advierte que el aspecto negativo del superyó en cuanto instancia de prohibición no se separa del positivo de la identificación con la figura paterna. La ley no queda entonces vaciada de su contenido, sino que se contempla en su justa perspectiva; no es un fin, sino un medio; y por ello no es absoluta, sino relativa; relativa a los valores absolutos que ella expresa, traduciéndolos e interpretándolos en las situaciones históricas y humanas concretas.

De la fidelidad casi idolátrica a la letra de la ley -la divina y la natural- se pasa a la fidelidad a su espíritu, a su verdadera finalidad, que es conducir al hombre a una comunión más plena con Dios en el plano espiritual y a una realización más plena de la propia persona en el plano ético. El bien y el mal serán entonces determinados por la orientación fundamental del hombre, que se abre o se cierra a estos valores, como nos ha permitido verlo la reflexión sobre la "opción fundamental" en el ámbito en que se encuentra en situación de adoptar opciones verdaderamente libres; de abrir y cerrar los ojos a la luz, usando la imagen del evangelio de san Juan. Es fácil comprender que, sin caer en los excesos de la doctrina moral que sustituye de manera pura y simple la norma por la situación, se revisa decididamente la mentalidad preceptivista de la moral tradicional, que consideraba posible catalogar y dar soluciones prefabricadas a todas las soluciones hipotéticas en que una persona pudiera encontrarse.

Se denuncia asimismo la posición de quienes, en base a un criterio puramente exterior y jurídico, se sienten tentados a ver al hombre caer en pecado mortal casi a cada paso. Esta reflexión debería llevarnos a una concepción más serena, aunque intensamente responsabilizadora, de nuestras relaciones con Dios. Pecador es quien rechaza a Dios y su voluntad de amor, que se nos da a conocer en la norma.

4. EL PECADO EN LA DIMENSIÓN DE LA ESPERANZA - La conclusión más importante a que se llega partiendo de las reflexiones precedentes es la de la esperanza a que queda abierto el pecador. Desde el punto de vista específicamente cristiano, podemos decir que tiene sentido hablar del pecado, porque esto lleva a hablar del perdón y de la misericordia del Padre (conversión). Eso es lo que se descubre a cada paso en la reflexión bíblica y lo que se echa de ver también en el plano instintivo y en el plano ético al hablar del valor positivo del sentido de culpa como estimulo para reconstruir cuanto ha dañado el mal cometido, de la exigencia de restauración de la propia persona y del encuentro con los demás como componente esencial de todo reconocimiento y confesión de la culpa moral.

Pero nos parece característico de la experiencia cristiana del pecado el hecho de no ser descubierto sino como consecuencia y en el seno del perdón divino recibido. Es la toma de conciencia del amor de Dios como misericordia y perdón recibidos lo que debe siempre preceder e incluir en su dinamismo la manifestación del pecado y su confesión por parte del pecador.

Por lo demás, éste es el modo como Jesús se acerca a los pecadores, ofreciéndoles la posibilidad de la curación y de la salvación, sin partir, por el contrario, de una reprobación por su pecado. De esta forma la percepción del pecado no es humillante y envilecedora, sino fuente de alegría y de libertad.

La visión cristiana del pecado se refleja en una palabra que lo denuncia al mismo tiempo que lo suprime: el perdón. Así, trascendiendo toda visión puramente humana, el pecado aparece en toda su originalidad como compromiso para la conversión y compromiso con el misterio de la misericordia divina, como oferta de recuperación propuesta constantemente a nuestra libertad; una libertad de pecadores que "se dejan reconciliar" (2 Cor 5,20).

O. Bernasconi
Nuevo Diccionario de Espiritualidad
Paulinas, 1983, págs. 1104-1120

 

 

 

Cuarto Mandamiento

Cuarto Mandamiento

EL CUARTO MANDAMIENTO

Mc 7, 1-13

 

Bendiciones de Dios a quien cumpla este mandamiento.

  • La promesa de una larga vida.
  • El “dulcísimo precepto”

 

En el Evangelio de San Marcos (Mc 7, 1-13) Nuestro Señor declara el verdadero alcance del cuarto Mandamiento del decálogo frente a las explicaciones erróneas de la casuística de escribas y fariseos. El mismo Dios, por boca de Moisés, había dicho: “Honra a tu padre y a tu madre, y quien maldiga al padre o a la madre, será reo de muerte”                                             

Es tan grato de Dios el cumplimiento de este mandamiento que lo adorno de incontables promesas de bendición: “El que honra a su padre expía sus pecados; y cuando rece será escuchado. Y como el que atesora es el que honra a su madre. El que respeta a su padre tendrá larga vida”. Eclo 3, 4-5.7. Esta promesa de una larga vida a quien ame y honre a sus padres se repite una y otra vez. “Honra a tu padre y a tu madre; así prolongaras la vida en la tierra que el Señor, tu Dios te va a dar”  Ex 20, 12. 

 

Santo Tomas de Aquino (El doble precepto de la caridad), al explicar este pasaje, enseña que la vida es larga cuando esta llena, y esta plenitud no se mide por el tiempo, sino por las obras.

Se vive una vida llena cuando esta repleta de virtudes y de frutos; entonces se ha vivido mucho, aunque muera joven el cuerpo. El Señor promete también la buena fama, a pesar de sufrir calumnias, riquezas y una descendencia numerosa. En cuanto a la descendencia, sigue diciendo Santo Tomas de Aquino que no solo existen “hijos de la carne”: hay diversas razones por las cuales se originan otros modos de paternidad espiritual, que requieren su correspondiente respeto y aprecio.

 

A pesar de la claridad con que se expone este mandamiento en estos y otros muchos pasajes del A.T, los doctores y los sacerdotes del templo habían tergiversado su sentido y cumplimiento. Enseñaban que si alguien decía a su padre y a su madre: lo que de mi parte pudieras recibir o necesitar, sea “corban”, que significa ofrenda. Mc 7, 11, los padres no podían ya tomar nada de esos bienes aunque estuvieran muy necesitados, pues, como habían sido declarados ofrenda para el altar, constituiría un sacrilegio. Esta costumbre ere frecuentemente un mero artificio legal para seguir gozando de sus bienes y quedar desligados de la obligación natural de ayudar a sus padres necesitados. El Señor, Mesías y Legislador, explica en su justo sentido el alcance del cuarto Mandamiento, deshaciendo los profundos errores que había en aquella época sobre esta materia.

 

El Cuarto Mandamiento, que es también de derecho natural, requiere de todos los hombres, pero especialmente de aquellos que quieren ser buenos cristianos, la ayuda abnegada y llena de cariño a los padres, que se realiza cada día en mil pequeños detalles y se pone particularmente de relieve cuando los progenitores son ancianos o están necesitados. Cuando hay verdadero amor a Dios, quien nunca nos pide cosas contradictorias, se encuentra el modo oportuno de vivir el amor a los padres, incluso en el caso de que esos hijos tengan que cumplir primero con otras obligaciones familiares, sociales o religiosas. Hay  aquí un campo grande de responsabilidades filiales, que los hijos deben examinar con frecuencia delante de Dios, en su oración personal. Dios paga con la felicidad, ya en la vida, a quien cumple con amor esos deberes para con sus padres, aunque alguna vez puedan resultar costosos. José maría Escrivá de Balaguer solía llamar a este mandamiento el “dulcísimo precepto del decálogo”, porque es una de las mas grandes obligaciones que el Señor nos ha dejado.

 

Amor con obras

  • ¿Qué significa honrar a los padres?

 

El cumplimiento amoroso del Cuarto Mandamiento tiene sus raíces mas firmes en el sentido de nuestra filiación divina. El único que puede considerarse Padre en toda su plenitud es Dios, de quien se deriva toda paternidad en el cielo y en la tierra. Ef 3, 15.  Nuestros padres, al engendrarnos, participaron de esa paternidad de Dios que se extiende a toda la creación. En ellos vemos como un reflejo del Creador, y al amarles y honrarles rectamente, en ellos estamos honrando y amando también al mismo Dios, como Padre.

 

En el tiempo litúrgico de la Navidad hemos contemplado a la Sagrada Familia: Jesús, Maria y José, como modelo y prototipo de amor y espíritu de servicio para todas las familias, Jesús nos ha dejado el ejemplo y la doctrina que debemos seguir para cumplir como Dios quiere el dulce precepto del Cuarto Mandamiento. Ante todo, Jesús reafirmo que el amor a Dios tiene unos derechos absolutos, y a el deben subordinarse todos los amores humanos: Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mi.

 Mt 10, 37.   Por eso, es contrario a la voluntad de Dios, y, en consecuencia, no es verdadero amor, el apegamiento desordenado a la propia familia, que se convierte en obstáculo para cumplir la voluntad de Dios: Y Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios. Lc 9, 60.

 

Jesús nos dejo un ejemplo acabado de entrega plena a la voluntad de su Padre celestial. ¿No sabias que es necesario que Yo este en las cosas de mi Padre? Lc 2, 49, les diría a Maria y a José cuando le encuentran en Jerusalén, y al mismo tiempo es el perfecto Modelo de cómo  hemos de cumplir este precepto y del aprecio que debemos tener por los vínculos familiares: vivió sujeto a la autoridad de sus padres. Lc 2, 51, y aprendió de San José su oficio. Mc 6, 3, ayudándole a sostener el hogar, realizo el primero de sus milagros a ruegos de su Madre; escogió entre sus parientes a tres de sus discípulos, y, antes de morir por nosotros en la Cruz, confió a Juan el cuidado de su Madre Santísima, sin contar los innumerables milagros que realiza movido por las lagrimas o las palabras de una madre o de un padre; al Señor le llegan con especial acento las oraciones de los padres cuando rezan por sus hijos.

 

Son muchas manifestaciones en las que se hace realidad el Cuarto Mandamiento, en las que mostramos nuestra honra y nuestro amor hacia nuestros padres. “Los honramos cuando pedimos rendidamente a Dios que todas las cosas les sucedan prospera y felizmente, que gocen de la estima y respeto de los demás y que alcancen gracia ante el mismo Dios y ante los santos que están en el Cielo”.

 

Además, honramos a nuestros padres cuando los socorremos con lo necesario para su sustento y una vida digna, como se comprueba por el testimonio de Cristo, al reprobar la impiedad de los fariseos. Ese deber es más exigente cuando se encuentran enfermos en peligro. Entonces hay que poner todos los medios para que no omitan la confesión, ni los demás sacramentos que deben recibir los cristianos

 

Por ultimo, una vez difuntos, se honra a los padres cuidando sus exequias, sepulturas y funerales, elevando por ellos sufragios y las misas de aniversarios, y ejecutando fielmente cuando mandaron en su testamento. Así se expresa y resume el catecismo Romano.

 

Si por desgracia, los padres estuvieran lejos de la fe, el Señor nos dará gracia para realizar con ellos un apostolado lleno de aprecio y respeto, que consistirá, de ordinario, en oración y mortificación por ellos, y en el ejemplo de una conducta filial alegre, ejemplar, llena de cariño, junto con el empeño de buscar ocasiones para acercarles a quienes les puedan hablar de Dios con mas autoridad, porque los hijos no pueden constituirse por iniciativa propia en maestros de sus padres.

 

El amor a los Hijos

  • Algunos deberes de los padres.

 

El primer deber de los padres es amar a los hijos, con amor verdadero: interno, generoso, ordenado, con independencia de sus cualidades físicas, intelectuales o morales, y les sabrán querer con sus defectos. Deben amarlos en cuanto son sus hijos y porque lo son; y también porque son hijos de Dios. De ahí que sea deber fundamental de los padres amar y respetar la voluntad de Dios sobre sus hijos, mas cuando reciben una vocación de entrega plena a Dios, incluso muchas veces la pedirán al Señor y la desearan para esos hijos, porque “No es sacrificio entregar los hijos al servicio de Dios: es honor y alegría”. Este amor debe ser operativo, que se traduzca eficazmente en obras. El verdadero amor se manifestara en el empeño esforzado para que sus hijos sean trabajadores, austeros, educados en el sentido pleno de la palabra y, sobre todo, buenos cristianos. Que arraiguen en ellos los fundamentos de las virtudes humanas: la reciedumbre, la sobriedad en el uso de los bienes, la responsabilidad, la generosidad, la laboriosidad, que aprendan a gastar sabiendo las necesidades que muchos padecen actualmente en el mundo.

 

El amor verdadero llevara a los padres a preocuparse por el colegio donde estudian sus hijos, a estar muy pendientes de la calidad de la enseñanza que reciben, y de modo particular la enseñanza religiosa, pues de ella puede depender su misma salvación. El amor a los hijos les moverá a buscar un lugar adecuado para la época de vacaciones y el descanso, con frecuencia sacrificando otros gustos o intereses, evitando aquellos ambientes que harían imposible, o al menos muy difícil, la practica de una verdadera vida cristiana.

 

Los padres no deben olvidar que son administradores de un inmenso tesoro de Dios y que, por ser cristianos, no constituyen una familia mas, y así lo enseñaran con oportunidad a sus hijos, sino que forman una familia en la que Cristo esta presente, lo cual les da unas características completamente nuevas. Esta realidad viva impulsara a los padres a ser ejemplares en toda ocasión (vida de familia, deberes profesionales, sobriedad, orden) Y los hijos encontraran en ellos el camino que conduce a Dios. “En el rostro de toda madre se puede captar un reflejo de la dulzura, de la intuición de la generosidad de Maria. Honrando a nuestra madres, honrareis también a la que, siendo Madre de Cristo, es igualmente Madre de cada uno de nosotros.

  

Salamanca, 02 de Abril del 2009.

Cumpleaños de Mable.

 

Cuarto Mandamiento - Primera Parte

Cuarto Mandamiento - Primera Parte

TEMA / ESQUEMA – 09-09

 

Fecha: Domingo: 03 de Mayo del 2009

Horario: De 07.00 p.m.  A 07.50 p.m.

 

Primer Bloque (12 minutos) Fernando

 

(Fernando) Bienvenidos queridos hermanos a su programa: (todos) FAMILIAS BENDECIDAS EN CRISTO, les saludan Fernando y  Mary.

Continuamos con nuestro empeño para conquistar: “El Camino a la Felicidad Eterna”. Esta noche nos acompañan nuestros hermanos: Gastón y Magna Ruiz con quienes compartiremos el Cuarto Mandamiento: Honraras a tu Padre y a tu Madre”. Primera Parte

 

(Fernando) Bienvenido al Programa Gastón   

(Mary) Bienvenida al programa Magna

 

Hasta el programa anterior los tres primeros mandamientos que hemos tratado se referían a nuestra relación con Dios. Hoy comenzamos con los siete restantes relacionados con el prójimo.

Dios quiso que, después de El, honrásemos a nuestros padres, a los que debemos la vida y que nos han transmitido el conocimiento de Dios. El cuarto mandamiento encabeza la segunda tabla. Indica el orden de la caridad.

Para entrar en contexto del Tema vamos a recurrir a la Palabra de Dios:

 

Magna

Ex 20, 12 y/o Dt 5, 16(leer de la Biblia)

 

Gastón

Comentario

¡Qué generoso es nuestro Dios que tan sólo nos pide de los 10,  03 mandamientos para El! 

Dios podía habernos dado sólo los tres primeros, y así tenía asegurados sus propios derechos, su dignidad. Pero no. También quería poner las obligaciones de los hombres entre sí. Estos siete restantes hacen posible la convivencia humana, la armonía, la estabilidad, la paz, la fidelidad. El Señor Jesús recordó también la fuerza de este “mandamiento de Dios” Mc 7, 8 -13.

 

El apóstol Pablo nos enseña en su carta a los Efesios: Hijos, obedeced a vuestros padres por amor al Señor; porque esto es justo. «Honra a tu padre y a tu madre», tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: «para que seáis felices y tengáis larga vida sobre la tierra» Ef 6, 1-3

 

Magna

¿Qué significa honrar?

Respetar a alguien. Enaltecer o premiar su merito.

Este, mandamiento obliga no sólo a los hijos con los padres, sino también a los padres con los hijos.

El apóstol Pablo nos enseña en su carta a los Efesios: Hijos, obedeced a vuestros padres por amor al Señor; porque esto es justo. «Honra a tu padre y a tu madre», tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: «para que seáis felices y tengáis larga vida sobre la tierra» Ef 6, 1-3

Gastón

¿Expresamente a quienes se dirige el cuarto mandamiento?

 

Respuesta (CIC – 2199)

El cuarto mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones con sus padres, porque esta relación es la más universal. Se refiere también a las relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar. Exige que se dé honor, afecto y reconocimiento a los abuelos y antepasados. Finalmente se extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto a los patronos, de los subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos respecto a su patria, a los que la administran o la gobiernan. Este mandamiento implica y sobrentiende los deberes de los padres, tutores, maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas.

 

Pausa: 07.12 p.m. (Primera)

 

Segundo Bloque (12 minutos) Mary

 

Continuamos con nuestro programa: (Todos) FAMILIAS BENDECIDAS EN CRISTO, Trasmitimos desde las ondas de Radio Maria Perú: Un regalo de Dios para su pueblo.

 

Magna

Si nos referimos a las relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar estamos hablando de la Familia y en este programa valoramos lo que es la Familia, de donde ustedes y nosotros venimos de una familia.

¿Cuál es del rol de la Familia en el Plan de Dios?

 

Respuesta (CIC – 2201, 2203)

La comunidad conyugal está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales.

Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes.

 

Gastón

¿Cómo debe ser la familia?

 

Respuesta (CIC – 2205)

La familia debe ser el rostro de Dios, el rostro viviente de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. La familia es una gran maravilla que Dios nos regaló. Por eso, atacar y destruir la familia es hacer pedazos la imagen de Dios en la tierra. Cada familia está llamada a reflejar el rostro de Dios.

La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.

Magna

¿Cómo reflejar el rostro de Dios en la Familia?

 

Respuesta

Lo esencial de cada familia es el amor. El amor es el rostro de Dios. La familia, en la vivencia de un profundo clima de amor, transparenta el único y verdadero rostro de Dios. En el amor familiar, te repito, se palpa o se debería palpar el rostro de Dios.

El rostro de Dios, contemplado en una familia, motiva a que otras, que aún no viven esta hermosa realidad, busquen imitar.

 

Dado que la familia es el marco natural donde se realiza el amor, la auténtica vida de la familia debe estar presidida por las características del amor: la entrega o donación incondicional, el diálogo, la atención al otro y a sus intereses por encima de los míos. Sólo sobre esta base se podrá construir un matrimonio y una familia. Además, para que el amor familiar sea auténtico, debe ponerse a Dios como centro de esa relación, porque Dios es el Amor.

 

Pausa: 07.24 p.m. (Segunda)

 

Tercer Bloque (12 minutos) Fernando

 

Continuamos con nuestro programa: (Todos) FAMILIAS BENDECIDAS EN CRISTO. Trasmitimos desde las ondas de Radio Maria Perú: Una señal de amor en  tu hogar. Esperamos sus llamadas al teléfono de cabina: 7001616 y participa con nosotros contestando a la siguiente pregunta:

 

¿Por qué tenemos que honrar y obedecer a nuestros padres?

 

 

Gastón

Este cuarto mandamiento nos ayuda redescubrir el valor de la autoridad.

Dios quiere que honremos a nuestros padres y nos pide que respetemos  la autoridad de nuestros padres:

¿Por que?

 

Respuesta

Al confiar Dios a los padres la vida y la educación de sus hijos los ha dotado de autoridad…

 

¿Qué significa tener autoridad?

Respuesta

Si buscamos en el diccionario, encontraremos que autoridad es tener poder sobre una persona. Pero, ¿qué tipo de poder?

 

Magna

¿Dónde está la clave?

 

Respuesta

Analicemos el vocablo AUTORIDAD. Viene del latín “auctoritas”, que significa garantía, prestigio, influencia. Deriva de “auctor”

 

Fin: 07.50 p.m.

 

Gastón

¿Por qué la autoridad debe estar al servicio de la libertad?

 

Respuesta

Para apoyarla, estimularla y protegerla a lo largo de su proceso de maduración...

 

Magda

¿La autoridad es necesaria?

 

Respuesta

Sin autoridad no hay sociedad ni disciplina, ni orden... habría caos, anarquía. Y también diré que no puede haber autoridad sin Dios. En un último término, la autoridad legítima viene de Dios…

 

Gastón

Viven tus padres: En tu calidad de hijo:

¿Cual seria tu consejo para nuestros oyentes de Radio Maria?

 

Respuesta

 

Fernando

Bueno, llego el momento de despedirnos.  Es oportuno invocar el nombre del Señor mediante esta oración que la hemos extraído del  Salmo  30.

Digámosle a nuestro Señor, El Buen Pastor desde lo más hondo de nuestro corazón:

 

Oración – Salmo 30.

 

(Fernando)

En ti, Señor, me refugio; no quede yo defraudado; líbrame por tu bondad, hazme caso, date prisa en socorrerme.

Se para mi roca de amparo y fortaleza protectora.

(Mary)

Tu eres mi roca y mi fortaleza: guíame y condúceme por el honor de tu nombre.

Sácame de la red que me han tendido, pues tú eres mi auxilio.

A tus manos confió mi espíritu; tú, Señor, el Dios fiel, me rescataras.

(Gastón)

Tu odias a los adoran ídolos vanos, pero yo confió en el Señor.

Me llenare de júbilo y alegría por tu amor: porque has visto mi sufrimiento y conoces mi angustia; no me entregaste en poder del enemigo, me dejaste caminar en libertad.

(Magna)

¡Ten piedad de mi, Señor, que la angustia me ahoga!

Se consumen de tristeza mis ojos, mi garganta y mis entrañas, pues se me va la vida en sufrimientos y los años en suspiros; mi fuerza se extingue por las penas y mis huesos se debilitan.

(Todos)

Somos la burla de todos nuestros agresores, motivo de risa para nuestros vecinos. Oímos calumnias de muchos amenazas por todas partes; conspiran contra nosotros.

Pero nosotros confiamos en ti Señor, te decimos: ¡Tú eres nuestro Dios! Nuestro destino esta en tus manos. Que tu rostro resplandezca sobre tus siervos, ¡Sálvanos, por tu amor!

(Fernando) Gracias Gastón por su participación. (Mary) Gracias Magna por haber estado con nosotros.

Queridas Familias: Si necesitaran copia del Tema, si quisieran hacernos cualquier consulta o darnos alguna sugerencia por favor llámennos al Teléfono: 275-0252 de Lunes a Viernes (Horario de Oficina de: 09.30 a.m. a 06.30 p.m.) o escribanos a nuestro correo: familiasbendecidasencristo@hotmail.com; para nosotros será un placer los atenderemos.

No se pierdan nuestro próximo programa el domingo: 17 de Mayo del 2009 de 07.00 p.m. a 08.00 p.m. en el cual continuaremos tratando: El Cuarto Mandamiento: “Honraras a tu Padre y a tu Madre” – Segunda Parte.



 

El Segundo mandamiento - Segunda Parte

El Segundo mandamiento - Segunda Parte

TEMA / ESQUEMA – 06-09

 

Fecha: Domingo: 22 de Marzo del 2009

Horario: De 07.00 p.m.  A 07.50 p.m.

 

Primer Bloque (12 minutos)

 

(Fernando) Bienvenidos queridos hermanos a su programa: (todos) FAMILIAS BENDECIDAS EN CRISTO, les saludan Fernando y Mary, miembros de la Comunidad Católica: BODAS de CANA un movimiento de Apostolado Laical.

(Mary) Nuestra misión es evangelizar matrimonios e hijos como base de la familia.

Hoy seguimos firmes en nuestra conquista hacia: “El Camino a la Felicidad Eterna”. Esta noche nos acompañan nuestros hermanos: Percy Enrique y Ana Maria Neyra con quienes compartiremos el Quinto Tema: Segundo Mandamiento: No tomaras el nombre de Dios en vano”. Segunda Parte

(Fernando) Bienvenido al Programa Percy Enrique   

(Mary) Bienvenida al programa Ana Maria

 

En el programa anterior tratamos sobre lo que prescribe el Segundo Mandamiento: “respetar el nombre del Señor”. En esta segunda parte trataremos sobre lo que prohíbe el Segundo Mandamiento: “jurar en falso  

El texto que vamos a leer nos ubicar en el contexto del tema.

 

Ana Maria

Dt 6, 11. (leer de la Biblia)

Respetaras (temerás), Servirás.. y (por su nombre) en su nombre juraras  

 

Percy Enrique

Comentario breve

 

Fernando

Percy Enrique

El segundo mandamiento prohíbe el juramento en falso.

¿Por qué?

 

Respuesta

Hacer juramento o jurar es tomar a Dios por testigo de lo que se afirma. Es invocar la veracidad divina como garantía de la propia veracidad. El juramento compromete el nombre del Señor.

 

¿Qué es el juramento?

 

Respuesta

El juramento es otra manera de honrar el nombre de Dios, ya que es poner a Dios como testigo de la verdad de lo que se dice o de la sinceridad de lo que se promete.

A veces es necesario que quien hace una declaración sobre lo que ha hecho, visto u oído, haya de reforzarla con un testimonio especial. En ocasiones muy importantes, sobre todo ante un tribunal, se puede invocar a Dios como testigo de la verdad de lo que se dice o promete: eso es hacer un juramento.

Fuera de estos casos no se debe jurar nunca, y hay que procurar que la convivencia humana se establezca con base en la veracidad y honradez.

Cristo dijo: “Sea, pues, vuestro modo de hablar sí, sí, o no, no. Lo que exceda de esto, viene del Maligno” Mt 5, 37.

 

Ana Maria

¿Existen diversas formas de jurar?

 

Respuesta

Por ejemplo: Invocando a Dios expresamente “Juro por Dios, por la Sangre de Cristo”; Invocando el nombre de la Virgen o de algún santo; nombrando alguna criatura en la que resplandezcan diversas perfecciones: Por ejemplo, jurar por el Cielo, por la Iglesia, por la Cruz, etc.; jurando sin hablar, poniendo la mano sobre los Evangelios, el Crucifijo, el altar, etc.

 

Segundo Bloque (12 minutos) Mary

 

Continuamos con nuestro programa: (Todos) FAMILIAS BENDECIDAS EN CRISTO, estamos tratando el tema: El Segundo Mandamiento: No tomaras el nombre de Dios en vano” Segunda Parte, nos acompañan  Percy Enrique y Ana Maria. Trasmitimos desde las ondas de Radio Maria Perú: Un regalo de Dios para su pueblo.

 

Ana Maria

Conversábamos sobre si existen diversas formas de jurar:

 

Respuesta

El juramento bien hecho es no sólo lícito, sino honroso a Dios, porque al hacerlo declaramos implícitamente que es infinitamente sabio, todopoderoso y justo.

Para que esté bien hecho se requiere:

 
Jurar con verdad: afirmar sólo lo que es verdad y prometer sólo lo que se tiene intención de cumplir. Siempre hay grave irreverencia en poner a Dios como testigo de una mentira. En esto precisamente consiste el perjurio, que es pecado gravísimo que acarrea el castigo de Dios.

 

Jurar con justicia: afirmar o prometer sólo lo que está permitido y no es pecaminoso; es grave ofensa utilizar el nombre de Dios al jurar algo que no es lícito, por ejemplo, la venganza o el robo. Si el juramento tiene por objeto algo gravemente malo, el pecado es mortal.

Jurar con necesidad: sólo cuando es realmente importante que se nos crea, o cuando lo exige la autoridad eclesiástica o civil. No se puede jurar sin prudencia, sin moderación, o por cosas de poca importancia sin cometer un pecado venial que podría ser mortal, si hubiera escándalo o peligro de perjurio.

 

Percy Enrique

Ana Maria se ha referido al juramento y para que este bien hecho tiene que ser: con verdad, con justicia y con necesidad.

El juramento que hizo Herodes a Salomé.

¿Estuvo bien hecho?

 

Respuesta

NO. Este juramento no corresponde a ningún tipo de los que se ha mencionado. Este fue un juramento vano e innecesario.

Jurar por hábito ante cualquier tontería es un vicio que se ha de procurar desterrar, aunque de ordinario no pase de pecado venial.

 

Con esta aclaración que nos has dado, queda más claro también este aspecto del segundo mandamiento.

Si tuviera que resumir cómo faltaríamos a este segundo mandamiento, les diría lo siguiente:

 

a)      Cuando usamos el nombre de Dios sin el debido respeto o con fines malos, como es el caso de la maldición.

b)     Cualquier expresión de odio, de reproche, de desafío, dirigida a Dios, a la Virgen o a los santos. Este pecado se llama blasfemia.

c)      Perjurio, es decir, cuando haces una promesa que no tienes intención de cumplir o juras sobre una mentira, apelando a Dios para avalarla.

d)      Jurar innecesariamente sobre cosas que no valen la pena: “te lo juro”.

e)      Incumplimiento de promesas o votos hechos a Dios.

 

Tercer Bloque (12 minutos) Fernando

 

Continuamos con nuestro programa: (Todos) FAMILIAS BENDECIDAS EN CRISTO, para aquellos que recién nos sintonizan estamos tratando el tema: El Segundo Mandamiento: No tomaras el nombre de Dios en vano” Segunda Parte, nos acompañan Percy Enrique y Ana Maria. Trasmitimos desde las ondas de Radio Maria Perú: Una señal de amor en  tu hogar. Esperamos sus llamadas al teléfono de cabina: 7001616 y participa con nosotros contestando a la siguiente pregunta:

 

¿Qué pasos crees que debes dar antes de hacer un juramento?

 

Percy Enrique

¿Cómo podemos honrar el nombre de Dios?

 

Respuesta

Este segundo mandamiento tiene su parte positiva. Nos pide que santifiquemos su nombre, que le demos el honor y la gloria que merece, que lo respetemos.

Nosotros honramos el nombre de Dios con la oración, con la palabra y con la vida.

 

(1) Honrar el nombre de Dios con la oración

Santificamos el nombre de Dios en la oración. Volvemos de nuevo al tema hermoso de la oración en este segundo mandamiento. La oración es la vida habitual del alma, es la respiración del alma. Por tanto, el cristiano que no reza también está faltando al segundo mandamiento.

 
¡Qué hermoso cuando rezas! Ahí le llamas “Dios mío, Padre mío, Señor mío”. Y Dios te escucha y se estremece de gozo. Tú eres su hijo, y Él nunca desoye a su hijo. En la oración Él te abraza y mantiene contigo una relación de amistad y de amor.

Este segundo mandamiento implica, pues, la oración. Es un deber para todo hombre.

 

Si no rezamos faltamos al segundo mandamiento:

¿Cómo no vamos a rezar?

¿Cómo no van a rezar?

 

Respuesta

Recurrimos a la oración para adorar y a alabar a Dios, para agradecer y bendecir a Dios, para pedirle perdón por nuestras infidelidades, para implorarle por nuestras necesidades.

En la oración recibiremos luz para nuestro camino, aliento en los momentos duros, consejo y fuerza para cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida.

También  oramos, cuando meditamos el evangelio, cuando vamos a misa, cuando visitamos a Cristo Eucaristía, o rezamos lentamente el Padrenuestro o el Avemaría.

¡Orar! Orar siempre, orar en todas partes. Allí, en la oración, el nombre de Dios es santificado y pronunciado con respeto y veneración.

 

Ana Maria

¿Tenias una anécdota para compartir?

 

Respuesta

Un sacerdote que visitaba una familia negligente en religión se encontró en la casa con un niño que daba de comer a un conejillo de Indias.

¿Cuántas veces lo alimentas? - preguntó el sacerdote.

Le doy una buena comida al día. - Le gusta que se la dé yo mismo.

Y el muchacho siguió explicando que recogía mondaduras de patatas para su animalito y que le limpiaba la casita cada dos días.

Es la tarea más pesada, y empleo en ella casi media hora - continuó.

Así, debes de emplear como unas tres horas por semana con tu conejillo, ¿no?

Eso debe ser, padre.- Dime, ¿oíste misa el domingo pasado? preguntó el sacerdote.

No, pero voy a misa con bastante frecuencia y, además, casi cada noche rezo las oraciones.

¿En cuánto tiempo? - Unos dos minutos, poco más o menos.

Así pues, como término medio, empleas media hora a la semana para cumplir con tus deberes de cristiano.

Se ve que la suerte de tu conejillo de Indias es mejor que la de tu alma. - A él le tratas mejor. - Tiene usted razón, padre. - El sábado iré a confesarme.

 

¿Les pasa a ustedes algo parecido?

¿Dedican más tiempo a sus diversiones que a la oración?

¡Pensémoslo bien!

Para luego poder reflexionar.

 

Cuarto Bloque (12 minutos) Fernando

 

Continuamos con nuestro programa: (Todos) FAMILIAS BENDECIDAS EN CRISTO, estamos tratando el tema: El Segundo Mandamiento: No tomaras el nombre de Dios en vano” Segunda Parte, nos acompañan Percy Enrique  y Ana Maria. Trasmitimos desde las ondas de Radio Maria Perú: Mas que una Radio una bendición.

 

Percy Enrique

Seguimos tratando sobre las formas de honrar a Dios: Te corresponde hablar de la segunda forma:

 

Respuesta

(2) Honrar el nombre de Dios con tu palabra

En la historia de nuestra santa Madre Iglesia suena sin cesar, como una melodía bendita, el santo nombre de Dios y de Jesús. Lo pronunciaron los Apóstoles, los primeros cristianos, la multitud de mártires…San Francisco de Asís, siempre que lo oía pronunciar, lo escuchaba como si oyera los acordes de un arpa. Con este nombre en los labios murieron los mártires del cristianismo de ayer y de hoy.

San Pablo escribe a los cristianos de Colosas: “Todo cuanto hacéis, sea de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre de nuestro Señor Jesucristo” Col 3, 17.

 

Ana Maria

Podrías hablarnos sobre la tercera forma de honrar a Dios

 

 

Respuesta

(3) Honrar el nombre de Dios con tu vida.

Nuestra vida debería exhalar el buen perfume de Cristo. Una vida honrada, sincera, pura, humilde es una auténtica predicación del nombre de Cristo. Convenceremos más con nuestra vida que con nuestras palabras. Acuérdense que las palabras vuelan, pero los ejemplos arrastran. Se te tiene que notar que por tu vida ha pasado la sangre de Cristo y te ha purificado y santificado.

Un mal ejemplo nuestro desdice las mil palabras que hayamos dicho de Cristo.

(Como decía... lo que haces con las manos no lo borres con los pies)

También honrar a Dios con tu vida implica el cumplimiento fiel de las promesas, juramentos y votos que has hecho a Dios, pues esas promesas comprometen el honor, la fidelidad, la veracidad y la autoridad del mismo Dios.

 

Conclusión

Percy Enrique

Queremos compartir las siguientes conclusiones:

 

a)      No hagas, pues, una promesa, si no tienes la intención de cumplirla. Un voto o promesa es un acto de la virtud de religión por el cual el cristiano se consagra a Dios o le promete una obra buena. Por tanto, mediante el cumplimiento de sus votos entrega a Dios lo que le ha prometido y consagrado.

b)      Este tema de las promesas o votos que haces a Dios es parte, no sólo de este segundo mandamiento, sino también del primero. La fidelidad a las promesas hechas a Dios es una manifestación de respeto al nombre de Dios y de amor hacia Él, que siempre ha sido fiel.

c)      No porque blasfemes, Dios va a ser menos, o más pequeño... ni tampoco porque le reces y le bendigas Él va a ser más. Pero tú, sí. Tú serás más pequeño o más grande, si blasfemas o si rezas. Dios no deja de ser Dios, si un hombre insensato blasfema contra Él. Como el sol no deja de alumbrar si tú echas fango contra él. El sol sigue brillando y cae sobre ti el fango y suciedad que contra él arrojaste.

d)      El nombre de Dios es santo. Y cuando oigas que alguien ha blasfemado del nombre de Dios o de Jesucristo, tú di por dentro: ¡Alabado sea Jesucristo! ¡Alabado sea el nombre de Dios! El cristiano que defiende el nombre de Dios delante de los demás, cuando algunos están hablando vulgaridades sobre Dios, está cumpliendo el segundo mandamiento.

e)      Y no olviden algo muy importante: cuando buatizen a sus hijos,  por favor, que sean nombres de santos los que elijan para su hijo o hija. No escojan nombres raros, o peor, malsonantes y profanos. Así sus hijos tendrán ya en el cielo un intercesor ante Dios y en vida podrás hablarle y contarle a tu hijo todo lo que hizo ese santo, cuyo nombre él tiene. Que lo lleve con respeto y veneración.

 

Fernando

Bueno, llego el momento de despedirnos.  Es oportuno honrar el nombre del Señor mediante esta oración que la hemos extraído de los Salmos 103 y 148.

Digámosle a nuestro Señor, El Buen Pastor desde lo más hondo de nuestro corazón:

 

Oración – Salmos 103 y 148.

 

(Fernando)

Bendice al Señor, alma mía, y todo de mi ser a su santo nombre.

Bendice al Señor, alma mía, no olvides de sus beneficios.

El, que todas tus culpas perdona y sana todas tus enfermedades,

El rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura, satura de bienes tu existencia, mientras tu juventud se renueva como el águila.

(Mary)

Bendigan al Señor, ángeles suyos, héroes potentes, ejecutores de sus órdenes,          en cuanto oís la voz de su palabra.

Bendigan al Señor, todas sus huestes, servidores suyos, ejecutores de su voluntad.

Bendigan al Señor, todas sus obras, en todos los lugares de su imperio.

¡Bendice al Señor, alma mía!

 

(Percy Enrique)

¡Aleluya!

¡Alaben al Señor desde los cielos, alabadle en las alturas,

Alabenlo, ángeles suyos todos, todas sus huestes, alábenle!

¡Alabenlo, sol y luna, alabenlo todas las estrellas de luz,

Alabenlo, cielos de los cielos, y aguas que estáis encima de los cielos!

                 

(Ana Maria)

Alaben el nombre del Señor: pues él ordenó y fueron creados; él los fijó por siempre, por los siglos, ley les dio que no pasará.

¡Alaben al Señor desde la tierra, monstruos del mar y todos los abismos, fuego y granizo, nieve y bruma, viento tempestuoso, ejecutor de su palabra, montañas y todas la colinas, árbol frutal y cedros todos, fieras y todos los ganados, reptil y pájaro que vuela, reyes de la tierra y pueblos todos, príncipes y todos los jueces de la tierra,  jóvenes y doncellas también, viejos junto con los niños!

 

(Todos)

¡Alaben el nombre del Señor!: porque sólo su nombre es sublime, su majestad por encima de la tierra y el cielo. El realza la frente de su pueblo, de todos sus amigos alabanza, de los hijos de Israel, pueblo de sus íntimos.

“Señor, bendigo tu nombre. Señor, te alabo y glorifico tu nombre”.

(Fernando) Gracias Percy Enrique por su participación. (Mary) Gracias Ana Maria por haber estado con nosotros.

Queridas Familias: Si necesitaran copia del Tema, si quisieran hacernos cualquier consulta o darnos alguna sugerencia por favor llámennos al Teléfono: 275-0252 de Lunes a Viernes (Horario de Oficina de: 09.30 a.m. a 06.30 p.m.) o escribanos a nuestro correo: familiasbendecidasencristo@hotmail.com; para nosotros será un placer los atenderemos.

No se pierdan nuestro próximo programa el domingo: 05 de Abril del 2009 de 07.00 p.m. a 08.00 p.m. en el cual estaremos tratando el Tema 07: El Tercer Mandamiento: “Santificar las fiestas” – Primera Parte.